lunes, 11 de febrero de 2013

Ausencia de respeto a las instituciones

Sede del Tribunal de cuentas, una institución tremendamente cara e ineficaz que hasta el momento solamente ha servido para enchufar a determinados políticos, sus parientes o sus amigos. 

¿Cómo puede funcionar una nación que no se respeta a sí misma? Mal o muy mal, obviamente. Por eso en España no hay institución, salvo el Ejército o la Guardia Civil, que merezca un aprobado en cualquiera de las encuestas que a menudo se publican. Aprobado que tampoco incluye, por cierto, a los medios periodísticos que encargan esas encuestas. Es decir, hemos llegado al más rotundo de los sinsentidos, punto en el que la llamada ciudadanía ha alcanzado tan grado de hastío que en las elecciones siguientes, sean las que sean, se ve venir un fuerte incremento de estas tres opciones respecto al voto:

- 1) Paso de ir a votar, son todos unos cabrones o unos chorizos, o ambas cosas a la vez.
- 2) Votaré en blanco porque ningún partido se merece mi voto.
- 3) Me buscaré la lista más estrafalaria de la que encuentre papeleta y la votaré.  

¿Es lógico que el rey de España tenga que escuchar una bronca tremenda a su entrada en un pabellón deportivo en Vitoria? ¿Es aceptable que a continuación, cuando suena el himno nacional español, esa bronca se incremente aún más y la secunde la inmensa mayoría del público? Sí, ya sé que el aforo estaba compuesto principalmente de nacionalistas vascos y catalanes, motivo por el cual no hubiera sido aconsejable la presencia del rey, quien no deja de ser el máximo representante de España y de ahí la gran pitada que le ofrecieron, ya que en realidad se pitaba a España y a su himno.

No es que me preocupe la reacción del rey, del que podría decirse que ya empieza a acostumbrarse a escuchar pitadas en determinadas zonas de España, lo que de verdad me inquieta es que el gobierno de Rajoy sea incapaz de legislar sobre el respeto que merecen los símbolos del Estado, y el rey es uno de ellos. Una legislación, eso sí, que no se limite a pedir respeto, sino que establezca un baremo de fuertes sanciones para los que incumplan la ley. Por ejemplo, la final de la Copa del rey de baloncesto debería de haberse suspendido durante el tiempo necesario para vaciar el pabellón y jugarse luego a puerta cerrada. Naturalmente, después de dar los avisos pertinentes de que algo así podría ocurrir. Y si hubiera sido necesario, pasar al cambio de sede y el día de la final. O simplemente dejar desierto el título.

El ejemplo de la falta de respeto al rey puede trasladarse igualmente a los partidos políticos, a los jueces y fiscales, a los sindicatos y patronal, a la actuación de determinados sectores de la Policía Nacional, al comportamiento sectario del profesorado y la masa estudiantil, a una sanidad pública cuyos profesionales llevan media vida en huelga para conservar sus privilegios de siempre, y a un largo etcétera de irregularidades que uno ve surgir a diario en cualquier faceta de la vida representativa de nuestra sociedad.

Citaré un caso más concreto: ¿Cómo es posible que el Tribunal de Cuentas lleve un retraso de entre 5 y 8 años en las fiscalización de los gastos que debe supervisar? Si se busca en la Web de la institución, lo último que nos ofrecen, en un pleno de abril de 2011 (pronto se cumplirán dos años), es una memoria de 2010 que incluye informes de fiscalización de varios años atrás. ¡Qué espanto! Es decir, eficacia nula si se considera que alertar sobre el mal funcionamiento de un ayuntamiento, pongamos por caso, pero hacerlo dos o tres legislaturas más tarde de cuando se han producido las anomalías es lo mismo que no hacer nada. Es, en concreto, consolidar la impunidad de los delincuentes políticos. ¿Por qué no se reforma el funcionamiento del Tribunal de Cuentas hasta convertirlo en una institución eficaz que revise las cuentas públicas con un retraso máximo de un año? Respuesta fácil: No interesa a la casta, que es quien a través del Congreso de los Diputados elige a los miembros del Tribunal.  

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