domingo, 30 de octubre de 2016

España (lea este artículo si quiere saber de qué se escribe en Batiburrillo)

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La maravillosa plaza de España en Sevilla podría ser un bello símbolo de nuestra patria. A quien haya recorrido el lugar le habrá ayudado a despertar el sentimiento de patriotismo observar que alrededor de tan admirados edificios se encuentran los escudos de todas las provincias españolas, en mosaicos de losetas esmaltadas a todo color.

Al contrario de esos países de primera fila cuya unidad jamás cuestionan sus habitantes, España es una nación cargada de problemas que necesita una gran causa común para sobrevivir y comenzar a dejarse de despropósitos separatistas y lamentos pedigüeños de los que no poseen demasiada afición a doblar el lomo, y que cada cual asigne las regiones españolas que considere oportunas tanto al grupo de los pedigüeños como al de los vagos.

España no ha estallado ya en mil pedazos porque la mayoría de los españoles debemos ser de una pasta especial y, desde luego, porque hace tiempo que nos tomamos cualquier arbitrariedad a cachondeo, por muy marcada que ésta sea. Pero todo tiene un límite y en algunas regiones no andan muy lejos de superarlo, como consecuencia de la falta de un principio fundamental en cualquier nación: el de la autoridad del Estado. Evidentemente no hablo de ese Estado opresor y aficionado al latrocinio que tanto nos repele a los liberales, sino de un Estado si se quiere mínimo, cuya misión esencial es cumplir y hacer cumplir las leyes.

En tal aspecto, las situaciones más calamitosas se sucedieron a lo largo de la historia de nuestro país, sobre todo durante los siglos XIX y XX, cuando durante décadas el poder político fue precisamente de origen democrático y ello no impidió el abuso persistente de ese poder y de las fechorías partidistas, sin que el pueblo reaccionase a tiempo ni supiese organizarse para evitarlo, creándose un vacío democrático en la sociedad civil que jamás ha logrado evitar los desmanes de su clase dirigente. Un vacío que llega hasta nuestros días, cuando a los ciudadanos les resbala el tema de la cosa pública y se subrogan a favor de los partidos políticos para que se lo solucionen todo, desde la cuna a la sepultura. No existen grupos de presión con alguna actividad intelectual destinada a expandir la cultura democrática y a imbuirnos a todos un respecto al planteamiento clásico: “¿Qué puedes hacer por tu patria?”. Y los grupos de presión existentes, se manifiestan usualmente a favor del poder: Periodistas, profesores universitarios, sindicalistas, ONGs, gays y lesbianas, feministas, o los sedicentes artistas e intelectuales, también conocidos como "zejateros", se limitan a ocuparse de su propio beneficio y huyen como de la peste a la hora de expandir una conciencia ciudadana limpia, no partidista.