De la novela “Viento de furioso empuje”, cuya edición en papel de Amazon es bastante buena (también el Kindle), tomo hoy dos párrafos del inicio del capítulo XXV, que describe una expedición de socorro ordenada por Tariq en ayuda del pueblo sayara, ubicado en un macizo montañoso poco menos que inaccesible.
Capítulo XXV. Poder o belleza
La nutrida expedición abandonó la bahía. El destino era Sayara, la ciudad de los alcores. La caravana se desplazaba lenta, dificultosa, a través de paisajes boscosos y arriscados en los que el reciente temporal sembró múltiples erosiones. En cabeza del cortejo podía distinguirse a Yaidé y a su reducido séquito. Cerca de la dama aparecía Yunán, que no quiso prescindir en esta ocasión de la compañía de Policronio. Y a corta distancia, insertado entre la mujer judía y el agareno, destacaba la presencia del más joven de los jefes godos, Witerico. Todos contaban a su alrededor con servidores o acompañantes propios. A Yaidé le fueron asignadas dos esclavas y una guardia personal de seis hombres. Yunán disponía de quinientos guerreros distribuidos a lo largo de la caravana. Witerico, a su vez, llevó consigo una docena de jinetes extraídos de la partida que acompañó al conde Julián hasta Alcázarseguer.
La vanguardia de la comitiva ofrecía un aspecto de lo más variopinto, diríase formada por una representación de razas y creencias cuyos miembros fueron dotados de vistosos atuendos y monturas impares. Yaidé, beréber rifeña, judía diaspórica, se cubría con albadena rosada y sobreveste azul, obsequios del valí, y había escogido para el viaje una sosegada mula de pelo cano. Yunán, árabe mequense, musulmán de obediencia omeya, usaba ropaje blanco con turbante y montaba sobre un corcel bayo. Griego hespérido y cristiano de rito bizantino, Policronio vestía camisola rayada, chaleco de cuero, calzón negro zahonado, botas de media caña y almejí en tono terroso, e iba transportado animosamente a lomos de un almifar o caballo ligero. Por su parte Witerico, godo toledano, cristiano romanizado, recubría su cuerpo con indumentaria guerrera en la que no faltaban el peto acorazado y el casco, y cabalgaba sobre caballo alazano. Junto a tales personajes, un sinfín de coloridos y ajuares completaban la singular caravana de alimentos.
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