En el capítulo 32 de “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon) se inicia la invasión de Hispania, una aventura trágica y a la par apasionante, descrita a fondo en la obra, que cambiará durante ocho siglos el devenir del conjunto de los hispanos, convertidos al islam algunos de ellos, como sucedió con los Banu Casi, refugiados otros más allá de los Pirineos. El resto, tal vez los más decididos, acabaron por plantar cara en las montañas de Asturias al mayor imperio de su tiempo: el de la dinastía Omeya.
Capítulo XXXII. Hispania
De voluntad antojadiza, impaciente jornadas atrás cuando ofrecía a los africanos un señuelo de aguas rizadas que éstos fueron rechazando al no ser el momento, el mar permanecía ahora empapado en su propio despecho y proclive a rehusar el trato entre continentes, de ahí que decidiera exhibir su rostro colérico ante los hombres que embarcaban en África, frente los que interpuso el obstáculo de la marejada. Aun así, partieron las naves hacia Hispania[1].
Compuesta de jábegas pesqueras poco seguras en la mar embravecida, la flota de embarcaciones menores quedó inservible para el cruce del estrecho y Tariq, en espera de que las aguas se calmasen —asunto altamente improbable en un mar en permanente forcejeo con el levante o el poniente—, decidió utilizar tan solo las cuatro galeras resguardadas en la ensenada de Alcázarseguer.
Meses atrás, el valí había escogido como destino la población de Julia Traducta, llamada Tarifa en honor del primero de los musulmanes que un año antes pasó a la Tierra Grande y conquistó riquezas. La aventura preliminar había corrido a cargo de Tarif ben Malluk, un esforzado guerrero al servicio de Musa sobre el que las páginas de la Historia, con independencia de su breve correría en el campo tarifeño, pasan poco menos que de puntillas.
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