jueves, 23 de julio de 2020

Párrafos destacados (44)


En la novela histórica “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon) se describen numerosas peripecias, algunas de ellas humorísticas, que aseguraría amenizan lo suficiente al lector y evitan que éste se encuentre con esas páginas aburridas que, cuando abundan en una obra, hacen que el libro se te caiga de las manos. Por otra parte, quisiera aclarar que en esta sección de “Párrafos destacados” suelo incluir el inicio de cada capítulo, de ahí que el humor se halle ausente, pero no demasiado alejado a poco que se avance en la lectura.

Capítulo XLIV. El retrato de Mahoma

     Yunán siguió el camino del río durante otro buen trecho y hubo un momento en que se encontró solo. Los guerreros no se habían acercado hasta aquella zona, demasiado alejada del campamento, y las pocas hogueras que aún alumbraban se advertían a unos cientos de pasos. Valoró la situación: O seguía caminando con dificultades en la oscuridad, apenas rota por una luna que iniciaba su fase menguante, o se decidía a volver para confirmar si Hareb había tenido mejor suerte. Entre dudas, el joven árabe resolvió acercarse al río para refrescarse un poco y observó que en la orilla había un surco producido por la quilla de una barca. El descubrimiento le hizo mirar con atención hacia la otra ribera, donde le pareció distinguir una pequeña luz entre los árboles.
     Yunán no se lo pensó dos veces, se despojó de una parte de la ropa, que ocultó como pudo, y se adentró en el Guadalete. El curso del río era bastante ancho en aquel paraje, poco profundo y de aguas muy tranquilas. Solo precisó nadar en un tramo de unas treinta brazas, el resto del cauce lo cruzó a pie. Antes de llegar a la orilla opuesta, alertado por el murmullo de unas voces, volvió a introducir su cuerpo en el agua y observó la barca, que se hallaba varada y custodiada por tres guerreros. Se acercó un poco más y escuchó cómo aquellos hombres departían en lenguaje beréber con marcado acento gumara.
     Yunán decidió desplazarse a la derecha y salir del río a cierta distancia de aquellos hombres. Tomó barro de la orilla, de aguas más estancadas en esa zona, y se frotó la parte del cuerpo que llevaba descubierta, insistiendo en el rostro. Se quitó los calzones, los escurrió y asimismo los embadurnó de barro. Sólo quedaba adentrarse en el bosque, localizar a quienes usaran la antorcha y esperar a que no se hubiesen reunido allí para tratar algún asunto insustancial de los muchos posibles.

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