viernes, 10 de julio de 2020

Párrafos destacados (41)


En el capítulo de hoy de “Viento de furioso empuje” (Amazon), se describen algunas de las peripecias de Policronio, un personaje dicharachero y revoltoso que complementa a la perfección, a causa del acusado contraste con ellos, al resto de los personajes más significados. Algunos de mis amigos que han leído la novela dicen que la irrupción de Policronio en la obra se corresponde con los pasajes más divertidos. Uno de esos amigos, Rafael Guerra, afirma en su crítica: “Viento de furioso empuje” destila también un estimable sentido del humor que en ocasiones puede provocar en el lector franca carcajada.

Capítulo XLI. Uvas pasas y apolilladas

     Los carros del tesoro continuaron la marcha durante más de una hora. Policronio escuchaba a veces, sobre todo en los últimos instantes, ciertos rumores o frases de reproche que se dirigían los hombrecillos entre sí y que creía motivadas por el cansancio de una gran caminata a buen ritmo. Cuando a sus oídos llegó clara la expresión de uno de los enanos: «¡Qué culpa tengo yo de todo esto!», el bizantino despertó de la consternación provocada por el compromiso de abandonar la bebida y, sobre todo, del roce habido con su patrón. Así que se animó un poco, se estiró para desperezarse del duro asiento de la galera y justo en ese instante, al sentir una punzada en el cuello, reparó en que lo llevaba vendado.
     El descubrimiento hizo que Policronio saltase del carro, montara en su caballo, que aún permanecía atado junto al pescante, y se dirigiera hacia la cabeza de la columna, donde cabalgaba Yunán, al que le preguntó intrigado.
     —¡Yunán, estoy herido en el cuello! ¿Tú sabes qué me ha pasado? ¿Por eso dijiste que no me enteraba de las cosas que realmente ocurrían? ¿Tiene alguna relación con los enanos? ¡Antes no me has dicho por qué van atados! ¿Qué pasa aquí?
     Yunán había advertido a lo lejos el decaimiento de Policronio durante la última hora y, aun así, prefirió no alentarle. Debería ser él mismo, con esfuerzo de carácter, quien superara las consecuencias de su promesa. Ahora, ante el manojo de preguntas que su amigo le formulaba, disparadas todas al unísono según costumbre, llegó a la conclusión de que comenzaba a recuperar su talante habitual de querer saberlo todo en el acto y al dedillo. Casi había vuelto a la normalidad, al menos por el momento.

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