Llevo unos días en los que no ceso de escribir acerca de la política
catalana y empiezo ya a sentir cierto hastío, no por el hecho de interesarme sobre
lo que ocurre en una región española donde he pasado tantos años de mi vida y
hacia la que siento el máximo afecto, sino como consecuencia de advertir que en
ese territorio nada cambia a mejor con cada elección que se produce, puesto que
ahora frente al mal llamado nacionalismo moderado, CiU, hay otro nacionalismo,
el radical de ERC, que como condición para un apoyo más teórico que práctico acaba de fijarle a Artur Mas el día en que debe celebrarse el referéndum de independencia: 11 de septiembre de 2013.
Será así, o no habrá nada que hacer respecto al soporte parlamentario que
Mas necesita, primero para ser nombrado presidente y luego para sacar adelante
unos presupuestos que a priori se me antojan de infarto. De modo que ha surgido
la gran dificultad inicial, después de que otras formaciones le hayan dicho que
nones al aventurero de Mas, si es que pretende gobernar y al mismo tiempo alcanzar
su doble objetivo: 1) Evitar la bancarrota económica de Cataluña, cuestión
harto difícil mientras destine una buena tajada del presupuesto a cuestiones
identitarias —vulgo derroche— y 2) convencer al Gobierno de España para que le
deje hacer un referéndum destinado exclusivamente a ganar tiempo y a contentar
a Oriol Junqueras, el jefe de ERC. Es decir, veamos la situación en palabras de
Durán i Lleida frente a Rajoy: