Nada como viajar a Madrid o haber vivido un tiempo allí, que es el caso del autor de este excelente artículo, como para distanciarse de la mugre nacionalista y advertir el nivel de perversidad y ofensa a la razón que encierra lo identitario. Lean a continuación a Vidal-Folch, un catalán con la sensibilidad suficiente y cuyo lógico amor a su tierra (no olvidemos que el nacionalismo la odia) le hace abrir los ojos a la realidad:
‘[...] Gracias a Dios nuestros tiempos son menos bárbaros [que los de la II República y la Guerra Civil], en todas las exclamaciones fanáticas el exaltado de turno está mirando con el rabillo del ojo a ver el efecto que causa su cantada, y por mucho que el señor Mas reúna a 300 altos cargos y les diga que son “los generales de un ejército que es la Generalidad” (sic), y que el señor Puig galvanice a los mossos para que viertan en la defensa de no sé qué hasta la última gota de sangre, y a pesar de muchas otras actitudes y pronunciamientos al filo de la irracionalidad, de la puerilidad y del disparate, todos sentimos que no es más que business as usual, retórica para distraer al rebaño mientras le sisas los haberes, le endosas un nuevo impuesto y le haces pasar por la ITV de la familia Adams.
Aquí no estamos hablando de guerra, todo lo más de una guerrilla de los botones. Pero no nos engañemos. Salvando las distancias históricas, y la lógica de la historia que quiere que los acontecimientos que se produjeron primero como tragedia se repitan ahora como farsa (según la sentencia de Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, enmendando la observación de Hegel sobre el repetirse de los acontecimientos históricos), una vajilla carísima ya se ha roto. Citaré otra vez a Pla, con perdón: ‘El mayor drama que la Guerra Civil proyectó sobre este país no ha sido ni la miseria, ni el miedo, ni el cambio de léxico, ni la despersonalización general: fue la quiebra de la amistad, la liquidación de la confianza’.
La quiebra de la amistad ya se ha producido, y no por el cepillado de un Estatuto concebido ya precisamente a tal objeto, por más que esa falsedad se repita otras diez mil veces hasta que parezca una verdad goebbelsiana. Entre esas mentiras, la supuesta animosidad de Madrit hacia los catalanes. Por más que la repita Rubert de Ventós, al que en el foro le trataron, cuando era senador, “como a un colonizado”, es falsa de toda falsedad, como sabemos todos los que hemos vivido alguna vez en la capital, aunque no como senadores. No hace tantos años en toda España ser catalán era disponer de un plus -no siempre justificado, por cierto- de eficacia, de trabajo, de seriedad y de modernidad. A condición claro, de no ir por ahí diciendo “yo soy catalán y vosotros unos borricos mesetarios”. Siempre había sido así. Siempre.
Pero ahora he constatado que ya no. Ahora, con esa permanente quejumbrosa ofensa, ese victimismo exigente, esa xenofobia regional, esa lluvia de agravios y ofensas a los andaluces gandules, a los extremeños miserables, a España la ladrona cuando no “genocida cultural”, con esos escupitajos y amenazas y quema de banderas y bramidos futboleros y modositas chulerías de Mas, que aquí [en Cataluña] ni siquiera percibimos como ofensas, o que si las percibimos nos hacen gracia porque las pronuncia un radiofonista de CiU contra Federico Jiménez Losantos (“¡Habría que colgarle!”), pero que serían piedra de escándalo y motivo de rasgarse las vestiduras si fueran en dirección contraria, se ha producido el resquemor. La gente ya no se fía. El aura se ha perdido.
Se ha quebrado la amistad, y a algún imbécil le parece un asunto insignificante…‘.
Autor: Ignacio Vidal-Folch
Fuente original del artículo: El País. Se reproduce aquí la versión de La Voz de Barcelona
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