"Esto de la independencia de Cataluña será una temeridad, será un disparate, será un suicidio colectivo, o será una genialidad histórica, no lo sabemos. Pero hay que concederle la virtud de haber removido las aguas del statu quo. Seguramente para enturbiarlas, de una manera embarullada, y quizá con alevosía, que a río revuelto ganancia de pescadores. Pero aun así puede que sea positivo: o como mínimo divertido. A lo mejor esta movida se lleva por delante dos de los grandes defectos de nuestra democracia: el concierto vasconavarro y la inmersión lingüística catalana.
Me explico. La pretensión de pacto fiscal directo con España, a imitación del concierto, era imposible si se pretendía hacer otro concierto, un concierto Mas, si se me permite el chiste. Por lo tanto, si, como alternativa a la independencia, al final se consigue un pacto fiscal a la manera de los conciertos de Euskadi y Navarra, será a costa de normalizarlos: es decir, hacer que no supongan ningún privilegio, tal como manda la Constitución.
Se debería fijar el principio de que el régimen foral o especial no pueda salir más ventajoso que el régimen general: lo común siempre tiene que ser más barato que lo propio. Porque, de lo contrario, la ventaja es un argumento permanente para descolgarse y salirse de la regla: que es lo que está pasando ahora. El autobús (ómnibus, origen de la palabra bus, en latín significa para todos) tiene que ser más barato que el taxi, eso está claro. Si el precio de tener un pacto fiscal los catalanes es que se normalice la excepción de los sistemas forales, pues vengan pactos fiscales. A eso los chiquillos lo llamábamos “romper la olla”: violar un secreto que constituía una ventaja. El pacto fiscal catalán puede ser el que rompa la olla del sistema de privilegio de los conciertos.
Y segundo, la inmersión escolar obligatoria y exclusiva en catalán. Ese es el punto más débil de la pretensión soberanista, porque delata al sistema como étnico y antidemocrático. Ante Europa, ahora que estamos bajo los focos, hay que insistir que el sistema catalán se basa en un nacionalismo lingüístico excluyente. En Cataluña no se permite el castellano en la escuela, pese a ser la primera lengua materna de los catalanes. Eso es contrario a la noción de ciudadanía, una característica esencial de Europa. El Estado, en una sociedad bilingüe, no es quién para preferir a una lengua sobre otra: igual que no puede preferir una religión, una música o una indumentaria. Ir a Europa con la ILO (inmersión lingüística obligatoria) sería admitir un Estado étnico, contrario a los postulados de la democracia, amparar un sistema altamente inestable y con un conflicto larvado en su interior. Un Estado de la misma (baja) categoría que la Serbia de Milosevic, que impuso en Kosovo la inmersión escolar en serbio, expulsando de las aulas al albanés.
Artur Mas sabe que nunca podrá aspirar al Estado propio en Europa sin la mayoría castellanohablante, hasta ahora más o menos resignada, latente y silente. Por eso podemos aprovechar la coyuntura para levantar la liebre: si Cataluña quiere ser un Estado nuevo en Europa, debe cumplir con el estándar democrático. Igualdad de las dos lenguas oficiales en la escuela y en la administración. La igualdad significa potenciar el catalán allí donde el mercado podría serle desfavorable, pero también significa potenciar el castellano allí donde está en desventaja: en el mundo normativo y representativo catalán. Todos los letreros oficiales deberán ser bilingües. Y toda la documentación. La Generalidad, y su presidente, deberán ser bilingües en todos los actos oficiales. Etcétera.
¿Los castellanohablantes seríamos mejor tratados en una Cataluña independiente que en la actual autonomía? No lo creo. Pero démosle, al señor Mas, el beneficio de la duda".
Jesús Royo es licenciado en Lengua catalana y en Filosofía
Fuente: La Voz de Barcelona
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.