Incluso si alguna
vez España se rompiera en mil pedazos, algo que debería ocurrir a costa de la
sangre y las lágrimas de muchos de sus hijos, nuestra patria sobreviviría durante
generaciones en el recuerdo de los amantes de la verdad y de la Historia cierta,
no de esa leyenda tan negra como las almas de quienes la inventaron o de las que
aún la propagan, tal es el caso de los catanazis y los euskonazis.
Esto es así,
porque España es una de esas naciones cuya inmensa obra decidió el modo en que
tenía que formarse el mundo y, sobre todo, la Civilización Occidental. España fue,
tras Grecia y Roma, la sucesora natural de las culturas en vanguardia, de ahí
que nuestra nación descubriera, conquistase, colonizara y cristianizara la
mayor parte del continente americano, donde miles de españoles realizaron
innumerables gestas a cual más admirable. Asimismo, España dominó durante
siglos buena parte de Europa y extendió su forma de vida a otros territorios
asiáticos y africanos.
Y lo hizo cuando
la población de España, a principios del siglo XVI, apenas sobrepasaba los
cinco millones de habitantes, la ciudad de Barcelona contaba con 20 mil
habitantes, Madrid 13 mil y Sevilla era la ciudad más poblada con 43 mil. Todos
estos datos hoy no se enseñan ni en los colegios ni en cualquier otro centro
educativo digno de tal nombre, donde se prefiere adoctrinar a los alumnos en
toda clase de barbaridades identitarias e inmoralidades sobre la sexualidad.
Al contrario, la
“nación de naciones” que algunos dicen es España tiende a desaparecer por
imposición de esos separatistas que tienen al doctor Fraudez atado de pies y
manos, al que nuestra patria se la trae al pairo y al que solo le interesa, no importa
el precio que deba pagarse, su permanencia en el poder. ¡Gran error de un político
cuya infausta memoria acabará en el estercolero de la Historia o, como mucho, en
una nota a pie de página insertada en el apartado de la deslealtad, porque España,
a su pesar, no dejará de ser eterna!
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