La cobardía y el fanatismo se cebaron en la ciudad de mi vida, Barcelona, cuyas calles paseé durante más de cuatro décadas. La tristeza ante la pérdida de vidas humanas es un sentimiento noble, casi necesario en ciertos momentos. Por eso desde ayer por la tarde, al enterarme del trágico atentado, el desconsuelo podría definir casi a la perfección mi estado de ánimo. Habrá que ir pensando, asimismo, en buscarle remedio a la sensación de impotencia que a uno también le acomete frente a tanto canalla dispuesto al uso de la religión o la política como excusa para justificar la maldad, su repulsiva maldad. |
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