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Alegoría del Tribunal Constitucional asaltado e incendiado. No es de extrañar, puesto que en esa institución se da el más vil sincretismo entre lo peor de la política y la justicia. |
Nací durante los años de hierro de la dictadura (cada vez más dictablanda)
y no sé cuándo me tocará morir, si bien estoy convencido de que será durante el
fin de esta era que falsamente ha venido en llamarse democrática a partir de una
Transición horrenda, por lo mal diseñada y peor llevada, en la que el
socialismo abolió casi en sus inicios la imprescindible separación de poderes, lo que desvirtuó hasta extremos insospechados cualquier valor democrático del que estuvo adornada. Por otra parte la derecha,
a pesar de sus innumerables críticas de entonces y sus muchas promesas posteriores, es obvio que nunca se ha propuesto restablecer dicha separación, y ha continuando la elección de los altos cargos judiciales según lo que han decidido las formaciones políticas mayoritarias. ¡Porca miseria! Por eso la realidad es que a muchos nos ha tocado vivir de lleno en un régimen cleptocrático,
es decir, en un mundo de latrocinio generalizado que comenzó incluso antes de
la llegada del PSOE al poder y en donde la clase política, enriquecida lujuriosamente
mediante corruptelas sin fin, no fue capaz de sentar las bases para que en
España los ciudadanos adquiramos un mínimo de confianza en que sea posible vivir
en un país digno, avanzado y justo. Y contemos con algún futuro en común.
El grito de "¡sálvese quien pueda!" hace mucho tiempo que sonó y los que hoy somos
ya unos jubilados y dependemos de una pensión miserable (en mi caso después de
48 años de trabajo), encima tenemos la sospecha de que podríamos dejar de
cobrarla algún día, como anuncian de continuo a partir de unas cuentas de la Seguridad Social igualmente dilapidadas. Incluso es mucho peor, hasta el extremo de considerarla angustiosa, la situación de los seis millones de desempleados, la sangrante
cifra del 50% de los jóvenes desocupados y el millón y medio largo de familias
con todos sus miembros en paro. Francamente, dan ganas de llorar y al mismo tiempo
de rezar para que algunos políticos caigan fulminados como pago a su vileza.
Perdón si suena a blasfemia.