lunes, 21 de octubre de 2019

Cataluña, lección magistral de lo que no hay que hacer


La violencia en las calles catalanas ha sido un gran exceso superfluo, propia de esos dos millones de seres adoctrinados hasta la náusea que en bloque faltaron a clase el día que se explicó los notables beneficios de la ausencia de egoísmo y, ante todo, del valor de la democracia y el respeto a la ley.

Luego la gran lección que nos ofrece lo que está sucediendo en Cataluña es la de advertir que el egoísmo nacionalista y la violencia extrema, imitando con motosierras y bolas de acero un campo de batalla, comen de la misma mano: la indignidad de unos dirigentes tipo Torra, que cada día transmiten la idea de que pararan las revueltas cuando el gobierno de España acepte un referéndum legal y, dicen ellos, amnistíen (indulten) a los condenados por sedición.


Pero el hecho de observar que la juventud catalana falta a clase y prefiere posicionarse en las barricadas, como ha ocurrido estos días, no hace más que refrendar su amplio nivel de ignorancia, cercana al doctorado en la materia. De modo que es posible llegar a una segunda deducción: Al egoísmo (deducción 1ª) hay que sumarle la ignorancia, que es exactamente la situación en que se encuentran los que viven en el delirio de creerse que el resto de los españoles vamos a dejar que nos arrebaten un buen trozo de nuestra tierra, además para tiranizarla más de lo que ya está.

¡Ni por el forro vamos a permitirlo! Porque si hay dos millones de catalanes desquiciados, otros cinco millones y medio de ellos son bien sensatos y conocen, por vivirlas a diario, las maldades del nacionalismo. Y esa amplia mayoría ¡juraría que sí fue a clase cuando explicaron cómo evitar la opresión continuada! De donde se deduce que tarde o temprano, mediante el voto, los catalanes sensatos echarán del poder a los infames.

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