jueves, 31 de octubre de 2019

No debe votarse la falsedad


El sujeto más tramposo de la vida política actual, alias doctor Fraude, es de sobras conocido por sus falsedades continuadas y por desmentirse a sí mismo una frase sí y otra no. Lo que da lugar a que algunos le consideremos un tipo vil y despreciable, nada idóneo para entregarle el voto, que es exactamente el título que encabeza estas pocas líneas: “No debe votarse la falsedad”.


Añadamos un par de argumentos: ¿Dónde se ha visto, como quiere hacernos creer este ventajista, que la Junta Electoral Central haya cambiado de criterio respecto al expediente que se le ha abierto por sus entrevistas electorales en La Moncloa? De donde se deduce que su defensa sobre el expediente en cuestión responde a una falsedad envuelta en un nuevo acto de propaganda que quiere culpabilizar a la JEC. ¡Yo bueno y honrado; Junta, mala y partidista!

Otro argumento que deja a Fraude en lo que es, un mentiroso pertinaz es el siguiente:  “Pedro Sánchez tima a los policías destinados a Cataluña: Les deja sin descansos ni complementos [salariales]”. Y eso sin contar que igualmente les deja abandonados a su suerte, con medios de defensa muy precarios, ante la violencia de unos separatistas dispuestos a todo y a sabiendas de que uno de sus objetivos era provocar muertos entre las fuerzas del orden. Lo acredita así el hecho de que la mayor parte de los sindicatos policiales pidan la dimisión de los altos cargos de Interior, cuyas dos cabezas principales, que quede claro, son Sánchez y Marlaska, es decir dos verdaderos inútiles ¿por interés político? a la hora de mantener el orden público.

De donde se deduce que lo último que debe hacer un ciudadano decente es votar a un farsante que no dudará en vender a cualquiera (he estado a punto de escribir “a su madre”) con tal de seguir en el poder. Aunque, pensándolo mejor, si se considera que la unidad de España tiene el mismo valor que la propia madre, al menos como sentimiento patriótico, entonces reitero que este fulano sí está dispuesto a venderlo todo e incluir de nuevo en el programa socialista, por exigencia del nacionalista Iceta, un federalismo que de añadirse a la Constitución implicaría el establecimiento de la República, y tal vez en la versión más disgregadora de ellas, la Confederal.

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