El sujeto más
tramposo de la vida política actual, alias doctor Fraude, es de sobras
conocido por sus falsedades continuadas y por desmentirse a sí mismo una frase
sí y otra no. Lo que da lugar a que algunos le consideremos un tipo vil y
despreciable, nada idóneo para entregarle el voto, que es exactamente el
título que encabeza estas pocas líneas: “No debe votarse la falsedad”.
Añadamos un par
de argumentos: ¿Dónde se ha visto, como quiere hacernos creer este ventajista,
que la Junta Electoral Central haya cambiado de criterio respecto al expediente que se le ha abierto por sus entrevistas electorales en
La Moncloa? De donde se deduce que su defensa sobre el expediente en cuestión responde
a una falsedad envuelta en un nuevo acto de propaganda que quiere culpabilizar
a la JEC. ¡Yo bueno y honrado; Junta, mala y partidista!
Otro argumento
que deja a Fraude en lo que es, un mentiroso pertinaz es el siguiente: “Pedro Sánchez tima a los policías destinados a Cataluña: Les deja sin
descansos ni complementos [salariales]”. Y eso sin contar que igualmente les
deja abandonados a su suerte, con medios de defensa muy precarios, ante la
violencia de unos separatistas dispuestos a todo y a sabiendas de que uno de
sus objetivos era provocar muertos entre las fuerzas del orden. Lo acredita así
el hecho de que la mayor parte de los sindicatos policiales pidan la dimisión
de los altos cargos de Interior, cuyas dos cabezas principales, que quede
claro, son Sánchez y Marlaska, es decir dos verdaderos inútiles ¿por interés
político? a la hora de mantener el orden público.
De donde se
deduce que lo último que debe hacer un ciudadano decente es votar a un farsante
que no dudará en vender a cualquiera (he estado a punto de escribir “a su madre”)
con tal de seguir en el poder. Aunque, pensándolo mejor, si se considera que la
unidad de España tiene el mismo valor que la propia madre, al menos como
sentimiento patriótico, entonces reitero que este fulano sí está dispuesto a
venderlo todo e incluir de nuevo en el programa socialista, por exigencia del
nacionalista Iceta, un federalismo que de añadirse a la Constitución implicaría
el establecimiento de la República, y tal vez en la versión más disgregadora de
ellas, la Confederal.
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