martes, 15 de octubre de 2019

El delirio catanazi idolatra a un desalmado



Un año más, y como evidencia de que los nacionalistas son capaces de adoptar a las sabandijas como ídolos, unos cuantos de ellos, con Torra al frente, han ido a postrarse frente al paredón de Montjuic en el que Lluís Companys fue ajusticiado (ellos dicen asesinado). La razón de semejante idolatría es la de apropiarse para sí, usándolo como víctima propiciatoria, a cualquiera que en su día se destacara como enemigo de España. Y Lluís Companys, reconocido por ellos como presidente de la Generalidad catalana desde 1934 hasta su fusilamiento en 1940 (huyó de España el 24 de enero de 1938), fue el más vil enemigo no ya de España, sino de los propios catalanes, a muchos de los cuales masacró o se limitó a mirar para otro lado a sabiendas de las atrocidades que se practicaban.


Aun cuando la numerosa bibliografía existente ensalza a Companys, lo que no es nada extraño si se considera que casi toda ella es nacionalista, este hombre fue un consumado enemigo de la libertad en Cataluña, como lo acreditan los miles de asesinados tras pasar por las innumerables checas de Barcelona y alrededores, en las que se les torturó, a veces por el simple hecho de ser católico, como sucedió con el padre Fernando Lloverá, superior de los carmelitas de Olot, ejecutado el 22 de noviembre de 1936 en los fosos de Montjuic, donde no existe ni el menor rastro de su recuerdo. ¿Razón? En un juicio sumarísimo le acusaron de querer huir de Cataluña tras haber practicado “actividades fascistas”.

Como lo acreditan, a la par, las docenas de personas asesinadas que habían pasado por el barco-prisión Uruguay, anclado en el puerto de Barcelona entre 1936 y el fin de la guerra civil en Cataluña. Al respecto se conoce un detalle de lo más tétrico: Hubo varios militares significados, Francisco Jiménez Arenas, Manuel Moxó Marcaida y Adalberto San Félix Muñoz, “alojados” durante unos días en el Uruguay, a los que se les condenó a muerte en una parodia de juicio sumarísimo y cuando fueron a buscarlos para fusilarlos advirtieron que ya los había “pelado”. Se dio el caso de que estos tres señores ya habían sido sacados ilegalmente de dicho barco-prisión y asesinados por agentes del Comité Central de Milicias, el día 1 de septiembre de 1936. Naturalmente, sus cuerpos fueron arrojados a la gran fosa común de Montjuic, donde tampoco hay constancia de semejante injusticia.

Si a  lo dicho le sumamos que el pusilánime Companys se metió debajo de la mesa en lo que se conoce como “Los hechos de Mayo de 1937”, cuando la Policía asaltó la sede de Telefónica en Barcelona, ocupada por los anarquistas de la CNT, una organización de la que el propio Companys había sido abogado, o la masacre de los trotskistas del POUM por encargo de Negrín y aprovechando que el “president de la Generalitat” seguía debajo de la mesa, entonces queda claro que nos las habemos ante un encubridor de varios miles de asesinados en Cataluña, ninguno de los cuales, comenzando por Andreu Nin, posee monumento conmemorativo alguno en Montjuic, al menos que se sepa.

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