Un año más, y como evidencia de que los
nacionalistas son capaces de adoptar a las sabandijas como ídolos, unos cuantos
de ellos, con Torra al frente, han ido a postrarse frente al paredón de
Montjuic en el que Lluís Companys fue ajusticiado (ellos dicen asesinado). La
razón de semejante idolatría es la de apropiarse para sí, usándolo como víctima
propiciatoria, a cualquiera que en su día se destacara como enemigo de
España. Y Lluís Companys, reconocido por ellos como presidente de la Generalidad
catalana desde 1934 hasta su fusilamiento en 1940 (huyó de España el 24 de
enero de 1938), fue el más vil enemigo no ya de España, sino de los propios catalanes,
a muchos de los cuales masacró o se limitó a mirar para otro lado a sabiendas
de las atrocidades que se practicaban.
Aun cuando la numerosa bibliografía existente
ensalza a Companys, lo que no es nada extraño si se considera que casi
toda ella es nacionalista, este hombre fue un consumado enemigo de la libertad
en Cataluña, como lo acreditan los miles de asesinados tras pasar por las
innumerables checas de Barcelona y alrededores, en las que se les torturó, a
veces por el simple hecho de ser católico, como sucedió con el padre Fernando
Lloverá, superior de los carmelitas de Olot, ejecutado el 22 de noviembre de
1936 en los fosos de Montjuic, donde no existe ni el menor rastro de su
recuerdo. ¿Razón? En un juicio sumarísimo le acusaron de querer huir de
Cataluña tras haber practicado “actividades fascistas”.
Como lo acreditan, a la par, las docenas
de personas asesinadas que habían pasado por el barco-prisión Uruguay, anclado
en el puerto de Barcelona entre 1936 y el fin de la guerra civil en Cataluña. Al respecto
se conoce un detalle de lo más tétrico: Hubo varios militares significados, Francisco
Jiménez Arenas, Manuel Moxó Marcaida y Adalberto San Félix Muñoz, “alojados”
durante unos días en el Uruguay, a los que se les condenó a muerte en
una parodia de juicio sumarísimo y cuando fueron a buscarlos para fusilarlos advirtieron
que ya los había “pelado”. Se dio el caso de que estos tres señores ya habían
sido sacados ilegalmente de dicho barco-prisión y asesinados por agentes del
Comité Central de Milicias, el día 1 de septiembre de 1936. Naturalmente, sus
cuerpos fueron arrojados a la gran fosa común de Montjuic, donde tampoco hay
constancia de semejante injusticia.
Si a lo dicho le sumamos que el pusilánime Companys
se metió debajo de la mesa en lo que se conoce como “Los hechos de Mayo de 1937”,
cuando la Policía asaltó la sede de Telefónica en Barcelona, ocupada por los
anarquistas de la CNT, una organización de la que el propio Companys había sido
abogado, o la masacre de los trotskistas del POUM por encargo de Negrín y
aprovechando que el “president de la Generalitat” seguía debajo de la mesa,
entonces queda claro que nos las habemos ante un encubridor de varios miles de
asesinados en Cataluña, ninguno de los cuales, comenzando por Andreu Nin, posee
monumento conmemorativo alguno en Montjuic, al menos que se sepa.
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