O para tenerlo
muy presente a fin de no cometer los mismos errores.
En la política
de este año que concluye, dos personajes angustiosamente mejorables, Rajoy y
Sánchez, más un alevoso pelafustán que dice llamarse Torra, cuando no es más
que un torracollons –o si se quiere, un
pertinaz toca huevos, que suena más piadoso–, han determinado que el
sentimiento hacia la idea de España haya pasado a la clandestinidad en amplias
áreas de nuestra geografía. Una España multicentenaria como Estado, y milenaria
como noción de tierra natal, sobre la que ninguno de los tres sujetos aludidos tendrá
suficientes narices como para apropiarse o ceder ni un palmo de terreno. Simplemente,
lo impediremos “como sea”.
El uno, Rajoy, se ha comportado así de indolente respecto a los
golpistas de aquí y de allá, indecisión al margen,
como consecuencia de su indudable espanto a todo lo que no fuese una
economía que sus asesores le manejaron –que lo de registrador no va más allá–;
eso sí, con no poco acierto en las estadísticas de un desempleo menguante que
en cada disminución del paro le llevaba a reiterar su frase favorita: “la
economía es lo único importante”. Esa actitud, llamémosle de bonanza económica,
le hizo tocar el violón durante años, mirar hacia el infinito profundo –y aún
más allá, sector musarañas– mientras desatendía cuestiones imperativas
referidas a la unidad de nuestra Nación, a la que dejó en barbecho, o a la
necesidad de imponer el respeto a la Ley en cuanta región díscola se ha vivido
en desacato incorregible a las sentencias de los tribunales.
El otro,
Sánchez, llegó como el más fiero corsario al abordaje de un chollo –nada menos
que el de presidente del Gobierno de España– para el que no contaba con
suficientes diputados, si bien lo intentó sin escrúpulo alguno –con sobredosis
de codicia– y valiéndose de cuanto voto canalla, golpista o filo terrorista
circulaba distraído por el Congreso de los Diputados. Sánchez tuvo que
establecer determinados compromisos con cuanto rufián -espécimen sobradamente
conocido– acabó votándole, eso no puede dudarse, de ahí que la labor de Falconetti haya sido una tenaz bajada de
pantalones destinada a conservar el voto insidioso que le mantiene en La
Moncloa, residencia usada como plataforma oficial de despegue, a coste cero, y destinada
a sus viajes de recreo a lo largo y ancho de este mundo.
Del tercero de
los personajes, Torra, se podría decir muchísimo, por supuesto todo ello entre malo
y horroroso, a la par que canallesco. Si bien me limitaré a señalar que dicho
fulano ya fue descrito en el primer párrafo: Pelafustán alevoso. Es decir, para
entendernos bien: pelagatos traidor, que es la peor afrenta.
En conclusión: ¡Deseando
estoy que el resultado de las siguientes elecciones generales permita que en
España se forme un gobierno decente!
Imagen: Angelines, tan preciosa como ella.
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