jueves, 27 de diciembre de 2018

2018, un año para olvidar…



O para tenerlo muy presente a fin de no cometer los mismos errores.

En la política de este año que concluye, dos personajes angustiosamente mejorables, Rajoy y Sánchez, más un alevoso pelafustán que dice llamarse Torra, cuando no es más que un torracollons –o si se quiere, un pertinaz toca huevos, que suena más piadoso–, han determinado que el sentimiento hacia la idea de España haya pasado a la clandestinidad en amplias áreas de nuestra geografía. Una España multicentenaria como Estado, y milenaria como noción de tierra natal, sobre la que ninguno de los tres sujetos aludidos tendrá suficientes narices como para apropiarse o ceder ni un palmo de terreno. Simplemente, lo impediremos “como sea”.

El uno, Rajoy, se ha comportado así de indolente respecto a los golpistas de aquí y de allá, indecisión al margen, como consecuencia de su indudable espanto a todo lo que no fuese una economía que sus asesores le manejaron –que lo de registrador no va más allá–; eso sí, con no poco acierto en las estadísticas de un desempleo menguante que en cada disminución del paro le llevaba a reiterar su frase favorita: “la economía es lo único importante”. Esa actitud, llamémosle de bonanza económica, le hizo tocar el violón durante años, mirar hacia el infinito profundo –y aún más allá, sector musarañas– mientras desatendía cuestiones imperativas referidas a la unidad de nuestra Nación, a la que dejó en barbecho, o a la necesidad de imponer el respeto a la Ley en cuanta región díscola se ha vivido en desacato incorregible a las sentencias de los tribunales.

El otro, Sánchez, llegó como el más fiero corsario al abordaje de un chollo –nada menos que el de presidente del Gobierno de España– para el que no contaba con suficientes diputados, si bien lo intentó sin escrúpulo alguno –con sobredosis de codicia– y valiéndose de cuanto voto canalla, golpista o filo terrorista circulaba distraído por el Congreso de los Diputados. Sánchez tuvo que establecer determinados compromisos con cuanto rufián -espécimen sobradamente conocido– acabó votándole, eso no puede dudarse, de ahí que la labor de Falconetti haya sido una tenaz bajada de pantalones destinada a conservar el voto insidioso que le mantiene en La Moncloa, residencia usada como plataforma oficial de despegue, a coste cero, y destinada a sus viajes de recreo a lo largo y ancho de este mundo.

Del tercero de los personajes, Torra, se podría decir muchísimo, por supuesto todo ello entre malo y horroroso, a la par que canallesco. Si bien me limitaré a señalar que dicho fulano ya fue descrito en el primer párrafo: Pelafustán alevoso. Es decir, para entendernos bien: pelagatos traidor, que es la peor afrenta.

En conclusión: ¡Deseando estoy que el resultado de las siguientes elecciones generales permita que en España se forme un gobierno decente!

Imagen: Angelines, tan preciosa como ella.

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