sábado, 6 de junio de 2020

Párrafos destacados (28)


Utilizo otro principio de capítulo, el 28 de “Viento de furioso empuje” (Amazon), para ofrecer a los posibles lectores de la novela una breve muestra de su contenido, en el que se narra la aproximación de una caravana de alimentos a la ciudad de Sayara y las situaciones dramáticas que luego se viven.
Manolo Marín, en una amplia crónica de cinco párrafos en el diario La Opinión de Murcia, en su día incluyó en su reseña el siguiente párrafo: “La verdad es que hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un libro”.

Capítulo XXVIII. Ella debe vivir
Transcurría la sexta jornada de marcha. La caravana avanzaba siguiendo el curso del río. Aun cuando la ciudad de Sayara accedía esperanzada al encuentro con los viajeros, mostrándose a ellos en la lejanía, ese mismo río que les acompañó en días anteriores, de aguas más canturriosas y diáfanas que nunca, quiso apartarse de los caminos y comenzó a defender su intimidad mediante rocas y escarpaduras, como si cierto recato a la hora de exhibir la plenitud de su cauce fuese obligado en toda corrien­te que nace y muere no lejos de sendos asentamientos humanos.
Hubo que desviarse en busca de una nueva cañada y la cáfila comenzó a bordear el macizo montañoso que protegía la capital del reino de Yaidé. La nueva ruta transitaba ahora bajo un toldo de encinas y coníferas en el que no faltaban sus buenas franjas de cedros de un verdor azulado.
Todo parecía encalmado mediada la mañana. El bosque, que tal vez deseaba compensar a los viajeros ante el desaire del río, les obsequiaba con perfumes, trinos y sombrajes. Las cabalgaduras iban al paso, cansinas. La dama formaba parte de los primeros miembros del cortejo. A corta distancia de Yaidé, muy atento, seguía Witerico; Yunán y Policronio viaja­ban más rezagados, aunque a la vista.
Nadie pudo advertir con claridad el peligro. Nadie más que el hispano supo reaccionar ante la amenaza. Ágil, diestro, osado…, Witerico espoleó con furor su montura mientras alertaba a gritos a sus hombres y recorría en contados instantes el trayecto que le separaba de la dama, abalanzándose sobre ella y derribándola al suelo.

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