Imagen parcial de la bella ciudad de Antequera |
He estado de vacaciones recorriendo tres provincias
españolas que no conocía. Una de las localidades que he visitado, Antequera, ha
suscitado en mí la admiración hacia la obra bien hecha. Me refiero a una
Corporación Municipal, socialista para más señas, que ha convertido la bella
población de Antequera en uno de los lugares más encantadores y humanizados que
conozco. Calles limpias, casi inmaculadas, paredes blancas, verjas bien
pintadas, suelos empedrados. Sus notables monumentos, entre los que destacan una
alcazaba magnífica, varios palacios y numerosas iglesias y colegiatas, han sido
restaurados o se hallan en proceso de restauración. La gente es amable y
hospitalaria (no será la última vez que les visite), la laboriosidad y el deseo
de progreso se advierte por doquier. A la entrada de la ciudad, junto a un
triple arco fastuoso y más que centenario, me impresionó sobre todo el ondear
al viento de una gran bandera española que no dudé en filmar y que me hizo
pensar que a España aún se la lleva muy adentro en algunas zonas. Hoy,
recordando aquella hermosa bandera a la entrada de la no menos hermosa
Antequera, elaboro mi primer artículo tras el descanso anual. Bien hallados
seáis todos.
España es la gran nación surgida tras la guerra
civil más desgarradora y prolongada que haya conocido la Humanidad, una guerra
sombría a la que algunos llaman Reconquista y que enfrentó a los hispanos de
tres religiones durante ocho siglos. España, desde entonces, carga sobre sus
viejos hombros no sólo con raíces y leyendas milenarias, sino con centurias de
tradición en común, guerras civiles o dinásticas de no menor sufrimiento y
calamidades, monarquías absolutistas en manos de validos, períodos liberales a
la usanza de siglos pasados, dictaduras y golpes de estado de todo signo y
condición, dos repúblicas de trágico final, un intento estrafalario de
desmembramiento cantonal, cientos de pronunciamientos fallidos y amplios ciclos
de gloria, de imperio, de no ponerse el Sol y de significar para otros pueblos
la nación mortal y enemiga o el reino referencial en la cultura, la milicia, la
religión...
Hablamos de la España citada catorce veces en “El Principe”
de Maquiavelo, el cual asegura, como una premoción y aviso para el incapaz que
ahora nos preside, que “quien ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia
ruina”. Es la España a la que el inmortal Galdós, en plena crisis de la Primera
República, le asignó “una intensa vitalidad de vejancona robusta”. Es la España
en la que Quevedo afirma que ni el vino se queja de mal bebido ni los hombres
mueren de sed, puesto que a todos acoge. Es la España de innumerables
generaciones de poetas y pensadores que han sufrido y alegado para que España
no dejase de ser España a pesar de ese 98 desastroso que dio alas a los
regionalistas y a los xenófobos.
Por eso la España sempiterna, renacida una y otra vez de
mil batallas y estupideces humanas, no puede ser la España que perezca a manos
de sus peores hombres de hoy, esos que tras las siglas de partidos con
instintos totalitarios que no dudan en coaligarse con el separatismo, creando
intereses fraudulentos, ignoran expresamente las palabras de Leonardo Da Vinci
cuando asegura que “el amor es tanto más ferviente cuanto más cierto es el
conocimiento”. Y a la vieja España, aunque haya territorios donde se inculque
el odio hacia ella, aún la amamos muchos españoles, con fervor entre los que la
conocen más a fondo y desean mantenerla altiva y libre, sobre todo libre.
Es imposible que el tonto del pueblo que ahora nos gobierna
a golpe de deficiencia sea capaz de entregar España a quienes la Historia
recordará como unos caínes fratricidas. Es inadmisible que media docena de
hombres rencorosos, aventureros y de instintos omnímodos o racistas, con la
anuencia de un hombrecillo pusilánime y estrafalario que siempre sonríe, sean
capaces de fracturar España con el único propósito de asegurarse el poder
regional indefinido.
Porque hablamos de la España a la que Antonio Machado cantó
y cantó en sus versos y nos advirtió sobre ese ayer que alerta al mañana y al infinito:
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al
infinito,
hombre de España, ni el
pasado ha muerto,
ni está el mañana —ni el
ayer— escrito.
Y sin embargo, mi buen amigo, España languidece, se estrella contra sí misma de forma que mil años de robusta Historia no puede volcar en su favor el fiel de la balanza contra sólo treinta años del periodo más nefasto y negativo que en manos de la dedocracia, la idocia y la estulticia ha conocido.
ResponderEliminarUn saludazo.
Pues sí, amigo mío, ha llegado el momento en que parece que solo nos quede la nostalgia.
EliminarMagnifico articulo, se ve que antequera ha hecho su efecto. Enhorabuena.
ResponderEliminarNo seamos conformistas, somos muchos más que ellos y sobre todo, somos mejores. Así que algo habra que hacer.
Si no aperce un lider carismático, la sociedad civil tendrá que articularse de alguna manera para evitar el desastre.
Aparecen intentos ¿"recorvensión"?. No se, pero recibo muchos comentarios y correos que demandan algun listin de engaanche que no sea un partido politico.
No se si existe, pero mereceria existir.
Cordiales saludos.
La pregunta clave es la que tú planteas: ¿A quién seguir? Los que tienen el poder carecen de la moral y el sentido de Estado, los que poseen la decencia han sido apartados de cualquier opción política o permanecen en el anonimato. Podría dar nombres, pero están en boca de todos. Me temo que solo nos queda la orfandad en espera del milagro.
EliminarUn saludo afectuoso.