Interior de la mezquita de Kairuán (Túnez) |
Conocer la etapa histórica (siglo VIII) en la que se
desarrolla la novela “Viento de furioso empuje” favorece notablemente, como es
lógico, la valoración de una obra para cuya elaboración necesité documentarme
durante varios años. De ahí que me haya decidió a añadir algunos artículos
adicionales, que iré insertando en mi blog personal y en ciertas redes sociales,
en espera de que ayuden a la difusión del libro. No me importa reconocer, interés
aparte, que si se considera esa pandemia que obliga a permanecer en casa, la de
ahora es una gran ocasión para adquirir una de las versiones, en papel o en e-book,
a fin de entretener mediante la lectura las horas de ocio. En fin, paso ahora a
los detalles históricos:
Antes de que se estableciera el fanatizado califato abasida
de Bagdad, hacia el año 750, hubo un período de esplendor (iniciado en 661) a
cargo de la dinastía Omeya, a la que puede adjudicarse la única etapa liberal
(término entendido en su momento) usada por el islam respecto a otras confesiones
religiosas con las que tuvo que convivir en los numerosos reinos que fue
conquistando. Aun así, dado el enorme territorio que llegó a controlar (desde
el sur de Francia hasta la India), incluso en el Imperio islámico regido por
los omeyas se dio más de un personaje con poder regional (emirato) que se
comportó como una auténtico mala bestia. Veamos uno de esos casos atroces.
El emir Hassán ben Naamán al-Gasaní, antecesor de Musa en
el gobierno de Ifriqiya (emirato establecido entre Túnez y Marruecos), destruyó
la ciudad de Cartago hacia el 698 de nuestra era y estableció su capital en
Kairuán (Al Qayrouän), ciudad fundada
por los árabes en el año 671. Se cuenta que Hassán, general conquistador de
buena parte del norte de África, murió de pesar y en la más absoluta pobreza,
ya que los magníficos presentes que envió al califa Abd al-Malik, entre los que
se incluía una caja valiosísima que contenía la cabeza de Dhabha La Kahina (vidente
beréber de religión judía que asoló los territorios africanos conquistados por
el Imperio islámico), despertaron la envidia de Abdelaziz, hermano del califa,
quien se desplazó a Ifriqiya con ánimo de confiscar cualquier propiedad que
Hassán poseyera y le acusó de no haber destinado a las arcas del Imperio (la
Umma y el califa), los dos quintos a que tenían derecho. Con todo,
repito, la atroz destrucción de la espléndida ciudad de Cartago, define a las
claras quién fue el emir Hassan.
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