martes, 3 de septiembre de 2019

La Segunda República Española (14) (17 de 17)


Finaliza aquí, si bien podría continuar durante otras muchas entradas, la serie que he insertado en Batiburrillo a partir del excelente libro de Pío Moa cuyo título habla por sí solo: “Los personajes de la República vistos por ellos mismos”. Lo reconozco, amigos lectores, Moa se encuentra entre esa media docena escasa de historiadores que da gloria leer. Vaya hacia Pío Moa, cuyo blog recibe el llamativo título de “Más España y más democracia”, todo mi agradecimiento y mi admiración.


Conclusión 2 de 2
Si el estilo es el hombre, El jardín de los frailes suena escueto, como escurrido en los detalles y barroco en el conjunto. Obra intensamente poética a ratos, a ratos monótona, en cierto modo filosófica, constituye una profunda introspección, muy notable y rara en la literatura española, poco dada a tales gimnasias. Como testimonio de la realidad no pasa de caricatura, pero como pintura del paisaje interno del autor da impresión de veracidad: no sólo sincera, también penetrante. Es una especie de Confesiones al revés: Azaña no asume el sentimiento de culpa que con evidencia le tortura, sino que lo proyecta con furia sorda sobre los demás y sobre lo demás: los frailes, la enseñanza, la religión, el edificio mismo del monasterio, la historia de España. Todo lo niega, y sufre la angustia vertiendo, asegura, no «lágrimas de mozo desvalido, goloso de su llanto, pero lágrimas acerbas, de iracundia viril». Su denodado esfuerzo de lucidez choca con un subjetivismo orgulloso y triunfante. Admite posible injusticia en sus juicios y alardea de una soberbia irrenunciable.

Menos complicado aparece don Niceto, hombre sin vocación literaria, pero sí, finalmente, política y jurídica, y que si atravesó crisis semejantes, no ha querido dejar traza de ellas en sus textos. «Yo escribo pensando ante todo en lectores íntimos a los cuales interese mi vida, no del todo vulgar y corriente»; pero esos íntimos quedarían defraudados si esperasen intimidades, bien porque él haya sido un alma sólida, libre de los llamados complejos y traumas, o por otra causa. Cultivador de una actitud estoica, ni siquiera deja huellas en sus páginas el dolor, que tuvo que ser muy grande, por la muerte de hijos suyos. Su tema es su vida profesional y política, con exclusividad; así como Azaña caricaturiza su entorno, Alcalá-Zamora apenas le dedica espacio: nos sería difícil discernir los rasgos del mundo circundante. Todo ello con un estilo de frases largas y «encabalgadas», con sintaxis de reminiscencias latinas cuyo sentido se hace en ocasiones oscuro.

Lerroux ofrece un retrato algo convencional de sí mismo, en estilo ocasionalmente patético, ampuloso o cursi, con un sabor folletinesco tomado probablemente de sus desordenadas lecturas juveniles. También resulta ameno y revela notable talento descriptivo, trato con los clásicos españoles y penetración psicológica. Escribe sin rencor, a veces con ánimo conciliatorio que puede restarle veracidad. Más extrovertido que los otros, se reconoce «enamorado de su historia», y confiesa sus «pecados» con gracia y restándoles importancia. Sus Memorias tienen otro valor, menos perceptible en las de sus compañeros, como documento de la vida social y las actitudes populares y de las clases medias en la España de entonces.

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