Finaliza aquí,
si bien podría continuar durante otras muchas entradas, la serie que he
insertado en Batiburrillo a partir del excelente libro de Pío Moa cuyo título
habla por sí solo: “Los personajes de la República vistos por ellos mismos”. Lo
reconozco, amigos lectores, Moa se encuentra entre esa media docena escasa de
historiadores que da gloria leer. Vaya hacia Pío Moa, cuyo blog recibe el
llamativo título de “Más España y más democracia”, todo mi agradecimiento y
mi admiración.
Conclusión
2 de 2
Si el estilo es
el hombre, El jardín de los frailes suena escueto, como escurrido en los
detalles y barroco en el conjunto. Obra intensamente poética a ratos, a ratos
monótona, en cierto modo filosófica, constituye una profunda introspección, muy
notable y rara en la literatura española, poco dada a tales gimnasias. Como
testimonio de la realidad no pasa de caricatura, pero como pintura del paisaje
interno del autor da impresión de veracidad: no sólo sincera, también
penetrante. Es una especie de Confesiones al revés: Azaña no asume el
sentimiento de culpa que con evidencia le tortura, sino que lo proyecta con
furia sorda sobre los demás y sobre lo demás: los frailes, la enseñanza, la
religión, el edificio mismo del monasterio, la historia de España. Todo lo
niega, y sufre la angustia vertiendo, asegura, no «lágrimas de mozo desvalido,
goloso de su llanto, pero lágrimas acerbas, de iracundia viril». Su denodado
esfuerzo de lucidez choca con un subjetivismo orgulloso y triunfante. Admite
posible injusticia en sus juicios y alardea de una soberbia irrenunciable.
Menos complicado
aparece don Niceto, hombre sin vocación literaria, pero sí, finalmente,
política y jurídica, y que si atravesó crisis semejantes, no ha querido dejar
traza de ellas en sus textos. «Yo escribo pensando ante todo en lectores
íntimos a los cuales interese mi vida, no del todo vulgar y corriente»; pero
esos íntimos quedarían defraudados si esperasen intimidades, bien porque él
haya sido un alma sólida, libre de los llamados complejos y traumas, o por otra
causa. Cultivador de una actitud estoica, ni siquiera deja huellas en sus
páginas el dolor, que tuvo que ser muy grande, por la muerte de hijos suyos. Su
tema es su vida profesional y política, con exclusividad; así como Azaña
caricaturiza su entorno, Alcalá-Zamora apenas le dedica espacio: nos sería difícil
discernir los rasgos del mundo circundante. Todo ello con un estilo de frases
largas y «encabalgadas», con sintaxis de reminiscencias latinas cuyo sentido se
hace en ocasiones oscuro.
Lerroux ofrece
un retrato algo convencional de sí mismo, en estilo ocasionalmente patético,
ampuloso o cursi, con un sabor folletinesco tomado probablemente de sus
desordenadas lecturas juveniles. También resulta ameno y revela notable talento
descriptivo, trato con los clásicos españoles y penetración psicológica. Escribe
sin rencor, a veces con ánimo conciliatorio que puede restarle veracidad. Más
extrovertido que los otros, se reconoce «enamorado de su historia», y confiesa
sus «pecados» con gracia y restándoles importancia. Sus Memorias tienen otro
valor, menos perceptible en las de sus compañeros, como documento de la vida
social y las actitudes populares y de las clases medias en la España de
entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.