Ni Sánchez lo
tiene claro si se decide a convocar elecciones, ya que los comicios siempre los
carga Satanás por más que Tezanos diga esto está “chupao”, ni Rivera ve las
encuestas a su favor, sino todo lo contrario ya que le auguran una pérdida
de diputados que sobrepasa el tercio de los que ahora tiene. De modo que el uno
podría llegar a perder esa Presidencia vitalicia a la que aspira y el otro no
lograr en su puñetera vida ser el jefe de la Oposición, eso sí, mientras observa al
fondo la sonrisa de Pablo Casado.
Ante semejante
situación de incertidumbre, Albert Rivera, apelando a una responsabilidad que jamás
ha demostrado en los últimos meses, ha puesto en práctica y a bote pronto una
solución que podría paliar la debacle electoral de su partido: Vender como “sentido
de Estado” una propuesta según la cual se abstendría en la investidura de
Sánchez, que es justo lo que pedían esos militantes de Ciudadanos que hace poco
abandonaron el partido.
No contento con
ello, Rivera ha pretendido involucrar al PP en su invento de última hora.
Pensará que así, todos pasarán por el mismo aro de haber mantenido a Falconetti
en el poder y por lo tanto mantendrán los mismos “antecedentes delictivos” en
el ámbito de las desdichas políticas. Porque no hay mayor desdicha que dejar que manden los socialistas otros cuatro años.
A todo esto y
después de asegurar que ya se cumplen las tres condiciones que Rivera exige
para dar su apoyo (nada más falso que se cumplan), Sánchez y sus asesores no
ven claro aceptar lo que podría llegar a ser un dardo envenenado. Vale, vale
–se dirá Sánchez–, acepto ser investido con la abstención del grupo “veleta”,
pero… ¿hay alguien que me aclare cómo puedo aprobar durante cuatro largos años
las leyes y presupuestos que necesita el Estado? Respuesta: ¡No, nadie puede aclararte algo
así! De donde se deduce que o se forma un gobierno de concentración que alcance la mayoría absoluta y que incluya
a ministros no socialistas o, parece evidente, todo esto es engordar durante
otro año para morir en el siguiente. Y así funciona de mal y de incierta la
relación entre dos soberbios: Rivera y Sánchez, o viceversa.
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