Pío Moa nos ofrece
una conclusión, que anoto en dos partes, de los tres personajes cuya juventud
se describe en su excelente libro “los
personajes de la República vistos por ellos mismos”, fuente, a
su vez, de estas crónicas que he ido insertando en Batiburrillo.
Conclusión
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¡Tres personajes
en verdad distintos entre sí! Ante todo, Lerroux con respecto a los otros.
Llevaba 13 años a Alcalá-Zamora y 15 a Azaña, distancia generacional aumentada
por el carácter. El primero venía a ser hombre de acción, salido del pueblo;
los otros más bien intelectuales. Aquél tuvo más variada experiencia de la
vida, y conoció la estrechez y hasta la miseria, ajenas a sus compañeros. Don
Niceto tenía mucho en común con don Manuel, tanto por edad, como por formación,
medio social y tradición política familiar. Ambos disfrutaron de una buena
instrucción y sobresalieron en sus estudios, que fueron de Derecho. Si bien
esas semejanzas generales escondían diferencias de personalidad muy acusadas.
También en lo
físico diferían llamativamente. Azaña era más bien alto, de cabeza y cara
grandes, aspecto fofo y vagamente plácido. En la mayoría de las fotografías su
rostro aparece poco expresivo, con la mirada algo perdida. Alcalá-Zamora era
delgado, de aspecto nervioso, estatura mediana y piel atezada. Su mirada
sugiere cierta obstinación y desconfianza, en unas facciones de aire más bien
afable. Lerroux, de estatura media, porte erguido y complexión fuerte, da en
muchas fotos impresión de ser algo irritable y aparatoso, resto quizá del
temple luchador de la juventud.
Los tres
personajes se retratan muy bien en sus memorias. Azaña, al prologar su Jardín,
escribe: «He puesto el mayor conato en ser leal a mi asunto, respetando, a
costa de mi amor propio, los sentimientos de un mozo de quince a veinte años y
el inhábil balbuceo de su pensar; en tal cruce de corrientes y tensión que en
otro espíritu pudieran mover un giro trágico». Pero en esa pintura juvenil se
reconoce, como en una profecía, al Azaña mayor y político: fuerte impulso
espiritual junto a un concepto excesivo de la propia superioridad, alimento de
un desdén omnipresente por casi todo el mundo. Convicción de superioridad
apreciable asimismo en Alcalá-Zamora, aunque en éste deriva no en desprecio
abierto, sino en dudosa piedad: aspira a beneficiar, a educar a quienes le
rodean, cuya maldad e ingratitud comprende bien, no obstante. Este espíritu
empapa las memorias y actuación posterior del político de Priego, quien había
de considerarse, al igual que el alcalaíno, indispensable para la buena marcha
de la república. Lerroux, más modesto y generoso, muestra menor preparación
intelectual, diana de muchos dardos que sin duda le creaban un sentimiento de
inferioridad, bien visible cuanto más reitera sus dotes naturales de líder y su
carácter voluntarioso.
Otro dato clave
en el autorretrato es la llegada a Madrid, meta del joven ambicioso en la
política o la literatura, y que marca en los tres un paso decisivo. El de
Priego arriba a la capital en una continuidad feliz de sus apetencias y
preparación. En el alcalaíno, Madrid simboliza una ruptura tajante con el
pasado y una descarga de esperanzas exaltadas. El frustrado militar aterriza
desorientado y perseguido, al borde del naufragio.
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