domingo, 10 de mayo de 2020

Párrafos destacados (12)


En “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, 2ª edición en tapa blanda y ebook), los protagonistas de la novela llegan a Cartago, ciudad arrasada unos años atrás por el déspota Hassan ben Naamán, antecesor del emir Musa, y causa principal del enorme desengaño que Yunán recibió al observar tanta barbarie. 

Capítulo XII. Cartago 
   Entre uno y otro fondeadero, donde se hacía preciso recalar tan pronto como la luz del sol iniciaba su declive y anunciaba la encalmada del viento, diez y ocho días invirtió el Yerba en realizar la travesía desde Alejandría hasta Cartago. Para Yunán fueron unas jornadas en las que el mayor aliciente consistió en departir con Idulfo acerca de Hispania, exuberante tierra de vides y de olivos que a cualquier viajero árabe que la pisara, máxime si se mostraba propenso a conocer otros pueblos, le suponía el estímulo adicional de haber alcanzado el extremo occidente de la Tierra Grande, donde no había nada más allá salvo un enorme océano tenebroso.
   Ahora, desde una posición bastante cercana a Cartago, calculada por el capitán Tartús en unas tres horas para el atraque en el puerto, Yunán no pudo evitar repasar en su mente lo que conoció pocos años atrás sobre el mal proceder del emir Hassán ben Naamán, cuyas nefastas secuelas le habían sido confirmadas recientemente por su amigo Abdelaziz.
   Yunán solo esperaba encontrar en Cartago, además de un vacío de población que llevaba aparejada la mayor deshonra hacia la causa árabe, ingentes rastros de barbarie que creía absolutamente impropia de cualquier religión compasiva. Y es que al islam, prescindiendo de una trayectoria plagada de excesos en su nombre, algunos no dudaban en calificarlo como de abiertamente compasivo… o al menos así lo pregonaban ciertos ulemas al servicio de un poder religioso que no siempre se armonizaba con el político, aun cuando el califa fuese la cabeza visible de ambos poderes.
   A partir de la embocadura del puerto comercial de Cartago, de planta rectangular, Yunán percibió las primeras muestras de desolación en el lado de tierra: Cientos de edificaciones con restos ennegrecidos causados por los incendios, que más de una década de lluvias no habían disimulado del todo, se añadían a un estado ruinoso generalizado y era cuanto quedaba de la majestuosa capital del exarcado bizantino de África. Pero ahí no concluyó la desolación, según avanzaba el Yerba a través del canal que debía conducirles al puerto militar de Cartago, de trazado admirable por su forma circular, con una espaciosa isla central creada artificialmente que aún conservaba parte de las atarazanas y numerosos varaderos en la ribera externa, Yunán observó una destrucción aún más extendida hacia el lado norte de la ciudad: Las calles rectilíneas y paralelas a la costa, con cientos y cientos de casas que sin duda fueron magníficas en años recientes, habían sido transformadas en incontables lomas de escombros. «¡Dios, al anterior emir debió llevarle años y años crear tanta desolación!». «¡Maldito sea quien no distingue entre adversario y enemigo y opta por arrasar sus propiedades en nombre de una fe ciega!». «¿Cuándo amainará este viento de furioso empuje que nos ha llevado a los árabes, un pueblo de naturaleza hospitalaria, a la conquista de tres continentes y treinta reinos?».

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