lunes, 18 de mayo de 2020

Párrafos destacados (20)


Los párrafos de hoy sobre “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon) son inéditos en Internet. Eso sí, fueron publicados en la primera edición de la novela (solo en papel) y ahora vamos por la segunda, revisada, ampliada y con opciones de papel o ebook. Como ejemplo de cierta singularidad, diré que las siguientes 500 palabras aluden al lugar más extraño del mundo en el que ocultar libros.

                                            Capítulo XX. El guardián de los libros
            Yunán y Policronio se habían distanciado un buen trecho de la cabaña. Cruza­ban el bosquecillo camino del río, pero no en busca del dificultoso sendero por el que llegó Yunán, sino al encuentro de otra vereda más transitable que el pastor conocía y que se hallaba a corta distancia de la anterior. Caminaban ojo avizor, recelosos de toparse con la fiera herida. Cualquier sonido de la floresta les alertaba aún más y ocasionaba que el avance fuese lento.
            El camino comenzó a descender. En ese punto, Policronio dejó su carga detrás de unas matas y decidió internarse en el bosque.
            —Dame los libros, Yunán, vamos a guardarlos.
            —¿Guardarlos aquí? —preguntó extrañado Yunán.
            —Sí, aquí, sígueme.
            Avanzaron un poco más entre la maleza, apartaron diversos matorrales y espinos que impedían el paso y se plantaron ante una pared rocosa en la que se abría un pequeño orificio semejante a una madriguera de alimañas. La entrada del escondrijo, que en realidad era suficiente para que entrase una persona, estaba casi oculta con rastrojal seco acumulado por el viento y algunas piedras que Policronio tuvo que retirar tras dejar los libros a mano. El bizantino se agachó e introdujo su cuerpo en la abertura, comenzando por las piernas. Desapareció en el interior de la madriguera y al cabo de un instante sacó los brazos, tomó con cuidado los libros y se volvió a internar. Yunán, que se encontraba agachado frente a la entrada, advirtió que una luz resplandecía en el interior y oyó que Policronio le llamaba.
            —Yunán, ya puedes entrar, quiero enseñarte lo que hay aquí. Ten cuidado al principio, el techo es muy bajo, tendrás que caminar en cuclillas.
            Intrigado ante la llamada, Yunán no se lo pensó dos veces y se introdujo en la covacha. En esos instantes la curiosidad influía en él mucho más que la prisa. Caminó agachado una docena de pasos hacia una luz que Policronio, erguido, mantenía en la mano. Cuando llegó a su altura, donde la covacha se agrandaba en todos los sentidos y se convertía en una gran caverna de techos altos, el bizantino agarró su brazo y le ayudó a ponerse en pie. Yunán, entre las piernas entumecidas y la escasa luz, tardó algún tiempo en reparar que había entrado en un mundo de otra era. Las paredes aparecían cubiertas de pinturas rupestres, algunas de ellas bicromales, que representaban la caza de fieras salvajes. También pudo distinguir escenas de caballos, ciervos, gacelas, felinos y elefantes en actitudes diversas, además de cuantiosos signos triangulares y huellas de manos.
            —¡Dios bendito, lo que hay aquí! —profirió Yunán—. Podrías haberme avisado.
            El bizantino, que aguardaba en silencio las reacciones de Yunán, se limitó a contestarle.
            —Me gusta sorprender, sígueme a otra sala y dejaremos los libros.
            Continuaron a lo largo de varios pasadizos, donde a veces precisaron sortear restos de huesos humanos y ajuares de apariencia muy arcaica. Concluyeron su recorrido frente a una sala menor en la que, desentonando a más no poder de todo lo anterior, se ubicaba un gran armario de madera. Policronio se acercó al armario, lo abrió y le dijo a Yunán:
            —Estos son mis libros, tengo más de doscientos. Doscientos siete para ser exactos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios moderados.