martes, 5 de mayo de 2020

Párrafos destacados (7)


El capítulo VII de “Viento de furioso empuje” (Amazon) da mucho de sí en cuanto a párrafos que podrían considerarse interesantes, de ahí que me haya permitido proceder a una segunda selección, mucho más amplia que la anterior, en el citado capítulo. Me apetecía destacarla en el blog dedicado a la novela.

Capítulo VII. La Posada de la Cuba en Tiro
   Entraron en la población y se dirigieron rectos a la posada que ben Musa dijo conocer. El posadero, un hombre cincuentón de aspecto cansado, con cabeza de tarro, cráneo calvo, barba muy tupida y origen heleno, les recibió usando mil zalamerías empalagosas y les indicó el lugar del patio interior donde podían situar el carro, asunto a lo que Abdelaziz se dedicó en persona. Desde el suelo sujetó con ambas manos el bocado de las mulas y con habilidad las hizo maniobrar. La acción fue casi impecable, como ensayada, un hecho que le demostró a Yunán la experiencia que su amigo poseía y de la que podía deducirse que había introducido más de un carro en ese patio.
   Se aseguraron de que los víveres y los libros quedaban bien situados y al cuidado de uno de los ayudantes, que debía montar guardia hasta que fuese relevado. Acomodaron las caballerías en la cuadra, asignaron camastros en la planta baja para la gente de Abdelaziz y para el anciano Hamid y los dos amigos siguieron al posadero hacia una habitación del segundo piso.
   Fue el mismo posadero, resoplando sus años y su engrosado cuerpo, el que lámpara en mano les guió escaleras arriba mientras definía la situación del negocio.
   —Mi señor Abdelaziz, te ruego que me disculpes al no ofrecerte tu estancia de otras visitas, la tengo ocupada desde hace tiempo por dos hombres que dicen ser nobles y que aguardan una importante provisión de caudales.
   El posadero se paró en el descansillo de la primera planta, prendió la mecha de otra lámpara de aceite colgada en la pared y señaló hacia la habitación aludida.
   —En ese caso, amigo Ulpiano, si hace tiempo que habitan mi antigua estancia no parece conveniente que les desalojes, ya que su buen dinero te habrán dado a ganar.
   —Ahí radica el problema, señor, que salvo el adelanto de la primera semana no he visto de ellos ni un solo dirham. Sospecho que su nobleza y su plata se hallan en algún lugar llamado ninguna parte, de donde se tarda más de la cuenta en llegar hasta Tiro y un tanto de añadidura hasta esta posada. ¡Estúpido de mí por confiar a ciegas en las apariencias!
   Según dedujo Yunán, Ulpiano era uno de esos hospederos típicos de toda ciudad portuaria a los que no les basta con sostener su negocio mediante la clientela conocida. La tentación por urgir a la riqueza les incita a hospedar, de vez en cuando, a ciertos personajes adventicios con apariencia de ahijados del mismísimo califa, los cuales, al finalizar la estancia y antes del pago de remate, acostumbran a declararse en fuga y a demostrar que son tan pobres como las ratas o tan astutos como las raposas. Eso sí, entre la llegada deslumbrante, seguida de estipendios y sobreprecios a cualquier servicio menor, y el escape a media noche por puertas o ventanas no controladas, suele mediar todo un mundo de grandezas, herencias en camino, barcos atestados de especias siempre a punto de llegar consignadas a ellos... y toda la palabrería resbaladiza que cualquier desahogado al uso utiliza siempre en tales circunstancias. De donde se teoriza —concluyó para sí Yunán— que un ambicioso como el posadero, además de ser esclavo de su fortuna, suele vivir condenado a padecer ciertos reveses monetarios esporádicos.
   —¿Esos ciudadanos de ninguna parte tienen nombre conocido? —quiso saber Yunán, en verdad divertido ante la ocurrencia de Ulpiano y dispuesto a incentivar cualquier otra frase socarrona.
   —Sí, mi señor, dicen llamarse Yahya y Alí, pero si debo tomar por ciertos sus nombres, pongamos en la misma medida que sus caudales, me temo que en este punto también he sido engañado.
   —¿Y qué piensas hacer? —preguntó Abdelaziz.
  —La generosidad tiene sus límites —el gesto del posadero se endureció y disipó una sonrisa que hasta entonces no dejaba de aflorar—. Esperaré algún tiempo hasta que me paguen y si no lo hacen los pondré en la calle y me quedaré con sus costosísimos ropajes, ya he calculado a cuantos días de posada equivalen. No puedo permitir que esa pareja se aleje en traje de bonito y aquí se eternice la deuda, amén de la chacota que un hecho así motivaría durante meses entre mis parroquianos de confianza.
   —Supongo que dispondrás de ayudantes que te secunden en la tarea de dejarles en cueros antes de expulsarles —comentó con guasa Yunán.
   —Entre hijos, primos y cuñados, treinta y dos hombres nos juntamos en esta posada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios moderados.