Otro principio de capítulo, en este caso el XVIII, de la novela “Viento de furioso empuje” (2ª edición revisada y ampliada. A la venta en Amazon), nos invita a leer el encuentro de Yunán con un nuevo personaje, Policronio, que será decisivo para que el relato tome un aspecto más aventurero y, sobre todo, más humorístico. Policronio es un joven dicharachero, de origen greco-hispano, al que es casi imposible rebatirle sus ideas preconcebidas y muy propenso a las citas de autores clásicos.
Capítulo XVIII. El joven herido
La cabaña parecía a salvo de los desmanes externos. Todo estaba un poco revuelto, ordenadamente revuelto, pero sin señales apreciables de que hubiese habido lucha en su interior. Una aldaba de madera que se hallaba en el suelo, partida en dos trozos, representaba la única evidencia de posibles forcejeos. Por lo demás —dedujo Yunán—, la bestia que ocasionó la matanza parecía haberse alejado, dejando como secuela de su paso los cadáveres de las cabras, el coro incesante de graznidos carroñeros y el cuerpo lesionado del muchacho.
Ante semejante situación, el agareno creyó que su presencia en la cabaña resultaría más útil que en la bahía. Una persona herida precisaba ayuda y no deseaba abandonarla para asistir a la firma del tratado con los godos. El rais debería de aceptar su ausencia y conseguir otro escribano llegado el caso.
Yunán quiso buscar un paño para curar al herido y decidió, lámpara en mano, inspeccionar el recinto. Entre los muchos enseres de la cabaña, donde se advertía un camastro desplegado y otros ocho o diez recogidos y apilados, descubrió un arco ligero y una aljaba con varias flechas. Hacia el centro, en la pared opuesta al fuego, distinguió un par de orzas con tapas de madera, una de ellas contenía agua y casi rebosaba el recipiente y la segunda, de la que fluyó un aroma intenso al destaparla, se hallaba poco menos que mediada de vino. A dos palmos por encima de los recipientes se situaba una alacena colgada en la pared, con varios quesos y panes. Y poco más al fondo aparecía otro estante con un par de códices y una colección de figuritas de madera, junto a las que se apreciaba una camisa limpia de color verdoso, doblada con esmero.
Yunán se extrañó ante la presencia de los libros en una cabaña de pastor, si bien no quiso averiguar en ese instante sobre qué versaban y prefirió atender a lo más urgente. El árabe sacó un pequeño cuchillo de la caña de su bota, tomó la camisa, la rasgó y empapó varios trozos en el agua. Primero humedeció el rostro del muchacho para reanimarle y de ese modo tratar de averiguar qué clase de herida sufría.
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