lunes, 2 de septiembre de 2019

La Segunda República Española (14) (16 de 17)


Pío Moa nos ofrece una conclusión, que anoto en dos partes, de los tres personajes cuya juventud se describe en su excelente libro “los personajes de la República vistos por ellos mismos”, fuente, a su vez, de estas crónicas que he ido insertando en Batiburrillo.

Conclusión 1 de 2
¡Tres personajes en verdad distintos entre sí! Ante todo, Lerroux con respecto a los otros. Llevaba 13 años a Alcalá-Zamora y 15 a Azaña, distancia generacional aumentada por el carácter. El primero venía a ser hombre de acción, salido del pueblo; los otros más bien intelectuales. Aquél tuvo más variada experiencia de la vida, y conoció la estrechez y hasta la miseria, ajenas a sus compañeros. Don Niceto tenía mucho en común con don Manuel, tanto por edad, como por formación, medio social y tradición política familiar. Ambos disfrutaron de una buena instrucción y sobresalieron en sus estudios, que fueron de Derecho. Si bien esas semejanzas generales escondían diferencias de personalidad muy acusadas.


También en lo físico diferían llamativamente. Azaña era más bien alto, de cabeza y cara grandes, aspecto fofo y vagamente plácido. En la mayoría de las fotografías su rostro aparece poco expresivo, con la mirada algo perdida. Alcalá-Zamora era delgado, de aspecto nervioso, estatura mediana y piel atezada. Su mirada sugiere cierta obstinación y desconfianza, en unas facciones de aire más bien afable. Lerroux, de estatura media, porte erguido y complexión fuerte, da en muchas fotos impresión de ser algo irritable y aparatoso, resto quizá del temple luchador de la juventud.

Los tres personajes se retratan muy bien en sus memorias. Azaña, al prologar su Jardín, escribe: «He puesto el mayor conato en ser leal a mi asunto, respetando, a costa de mi amor propio, los sentimientos de un mozo de quince a veinte años y el inhábil balbuceo de su pensar; en tal cruce de corrientes y tensión que en otro espíritu pudieran mover un giro trágico». Pero en esa pintura juvenil se reconoce, como en una profecía, al Azaña mayor y político: fuerte impulso espiritual junto a un concepto excesivo de la propia superioridad, alimento de un desdén omnipresente por casi todo el mundo. Convicción de superioridad apreciable asimismo en Alcalá-Zamora, aunque en éste deriva no en desprecio abierto, sino en dudosa piedad: aspira a beneficiar, a educar a quienes le rodean, cuya maldad e ingratitud comprende bien, no obstante. Este espíritu empapa las memorias y actuación posterior del político de Priego, quien había de considerarse, al igual que el alcalaíno, indispensable para la buena marcha de la república. Lerroux, más modesto y generoso, muestra menor preparación intelectual, diana de muchos dardos que sin duda le creaban un sentimiento de inferioridad, bien visible cuanto más reitera sus dotes naturales de líder y su carácter voluntarioso.

Otro dato clave en el autorretrato es la llegada a Madrid, meta del joven ambicioso en la política o la literatura, y que marca en los tres un paso decisivo. El de Priego arriba a la capital en una continuidad feliz de sus apetencias y preparación. En el alcalaíno, Madrid simboliza una ruptura tajante con el pasado y una descarga de esperanzas exaltadas. El frustrado militar aterriza desorientado y perseguido, al borde del naufragio.

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