El jefe de los rufianes,
Junqueras, ha dicho desde la cárcel que apoyará a Pedro Sánchez para que no gobierne
la extrema derecha. De semejante declaración de “amor” calculado solo puede
deducirse lo evidente: Este sujeto maloliente en lo intelectual está “cagao” de miedo
ante la posibilidad de pasarse 25 o 30 años entre rejas, sobre todo si es en
una prisión de verdad, y cree –el ventajismo antes que el cumplimiento
del deber– que el doctor Fraude lo pondrá en la calle en el primer Consejo de
Ministros.
Lo que Junqueras no parecer
percibir con nitidez es que el socialisto
–se sabe que Sánchez nació sabio y ha ido a más– cambia muy a menudo de
criterio, pongamos una vez cada cien metros y lo hace siempre a favor de
viento, es decir, a su puñetera y única conveniencia. ¿Qué ha sido, si no, el bandazo
continuado de los debates electorales en televisión? Debates en los que Sánchez
dice ahora que actuará “con guante blanco” y pide a los líderes de Ciudadanos y
PP que no insulten. Ya me veo venir su respuesta a cada pregunta incómoda,
pongamos un ejemplo: “Sr. Sánchez, ¡piensa usted indultar a los golpistas”.
Respuesta: “Me niego a contestar a lo que no es más que un insulto a mi persona”.
Volviendo al tema de fondo, a
Sánchez le importan tres leches el “destino” del Polifemo republicano, que es como se conoce a ese tipo fascistoide, catalanoide y golpistoide,
dispuesto a recoger los votos que el prófugo Puigdemont, alias Cocomocho, ha ido perdiendo, torpeza
tras torpeza, entre los entusiastas del nacionalismo y desde que se instaló en el
palacete de Waterloo, un mal pueblo belga en el que apenas hay de nada para solazar
a sus habitantes –comenzando por el clima– y por lo tanto el ambiente grisáceo que
se respira en la localidad hace juego con el temperamento de semejante huésped,
en el que todo es cobardía y deseo de intrigar porque se aburre a todas horas.
Si al final ganara Sánchez las
elecciones, eso sí, en el supuesto de que los españoles nos hiciéramos el
harakiri electoral y decidiéramos que España no vale la pena –tomen nota los
abstencionistas–, estoy convencido de que la oferta más favorable a Junqueras y
sus colegas golpistas sería la de enviarlos a “purgar” la pena en una prisión
catalana. Es como si los dejara en la calle con el 3% de la condena cumplida,
que es lo que ha ocurrido con otro catanazi acreditado, Oriol Pujol, sacado a
toda velocidad de la trena por ser hijo de su padre. Al fin y al cabo, si la
competencia de prisiones está transferida a Cataluña nada resultará más fácil
que mirar para otro lado cuando a Polifemo
lo manden a paseo desde Lledoners. Paseo, o a la puta calle, literalmente
hablando.
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