Según avanza la campaña electoral,
aumenta mi desprecio por una izquierda infecta que es incapaz de aceptar la
democracia y dejar que los demás se expresen en libertad para exponer su
programa político. Mi mayor desprecio, repito, a los que utilizan amenazas,
insultos y agresiones a cargo de unas jaurías convertidas en brazos “armados”
de sus respectivos partidos, sean socialistas, comunistas o separatistas (todos
antiespañoles), jaurías a las que solo les falta salir a la calle, armados y
motorizados a cientos, para emular a una de las más inicuas tiranías de nuestro
tiempo, esa Venezuela de Maduro tan del gusto de Pablo Iglesias.
No voy a ser indiferente ante tanto
sujeto malsano que solo le otorga a la izquierda el derecho a ostentar el
poder, puesto que gobernar es algo muy distinto. Podría llegar a comprender que
fuese así, que tuvieran el derecho casi exclusivo al gobierno, si alguna vez la
izquierda hubiese demostrado mayor eficacia en beneficio de los ciudadanos,
pero resulta que siempre ha sido lo contrario: Clientelismo subvencionado,
derroche, paro y endeudamiento. En pocas palabras: ¡Ruina, corrupción y mayor
desigualdad!
Mi desprecio hacia esa
gentuza totalitaria es de tal dimensión que no descarto se convierta en odio
antes de que finalice la campaña electoral, sobre la que sospecho que la
agresividad izquierdista irá en aumento. Porque si de odio se habla, pocas
dudas caben del lado en el que se sitúa, ya que si no se odiara con tanta
intensidad sería imposible ejercer semejante violencia hacia otras personas que
nunca agreden a nadie. Es decir, ¡la derecha sí es decente y respetuosa, a mi
juicio merecedora del voto!
Cabe recordar la “alerta
antifascista” proclamada por los comunistas de Podemos cuando la derecha ganó
en Andalucía, una alerta en la que se les fue la mano (hay quien dice que se
quedaron cortos) a la hora de ocasionar algaradas, con gritos y consignas
revolucionarias, además de estragos callejeros y quema de mobiliario urbano.
Fue a las pocas horas de conocerse el resultado electoral, plazo más
que suficiente para decidir que no lo aceptaban y a partir de ahí
demostrar una calaña que, tal vez en otro tipo de democracia más seria, podría
haber enviado a su líder a la cárcel, porque el inductor de cualquier
revuelta violenta merece una temporada a la sombra.
Por el momento, Pedro Sánchez no ha condenado ninguno
de los ataques a los partidos del centroderecha, lo que denota un hecho cierto:
Por mucho que trate de disimularlo, ¡Sánchez es el cabecilla de la violencia y
merece un gran batacazo en las urnas!
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