Cuando Pedro Sánchez aseguró que “el 28-A es un plebiscito entre el futuro y
el pasado” y así lo proclamó mediante una frase que atufaba a consigna engañosa en el arranque de la campaña electoral, es porque
está muy obcecado en que el futuro solo puede representarlo él. ¡Nada más falso,
como todo lo que procede del doctor Fraude!
Sánchez, incluso ganando las
elecciones gracias al voto que ha ido comprando a través de unos reales
decretos asociales disfrazados de lo contrario –pagados con el dinero de
todos los españoles– y a la enorme propaganda que fluye a su favor de numerosos
medios periodísticos, radiofónicos o televisivos, comenzando por RTVE, La
Sexta, Canal Sur –aún en manos socialistas–, jamás logrará ser el futuro de nuestra amada España. ¡Jamás!, entre otras razones porque –como argumentó el clásico– el mejor
profeta del futuro es el pasado y… el PSOE, una de cuyas versiones más
lamentable es la de Sánchez, posee un pasado cargado de vileza y opresión.
Repito, Sánchez jamás logrará ser
el futuro ni aún sumando el número de diputados suficientes con el respaldo de podemitas
y separatistas. Si acaso y como mucho, podrá disfrutar de otros cuatro años de interinidad
en la que no podrá ofrecerle a España el más mínimo proyecto decente que se vea
reflejado en una ley digna de tal nombre. Se lo impedirán las garrapatas
chantajistas con las que volverá a aliarse en una especie de reverso del No es
NO. O sea, Sí es Sí, que es lo que
le quedará a este farsante cuando ya no necesite la máscara de la hipocresía
preelectoral.
En efecto, Sánchez nunca logrará
ser quien decida honestamente sobre ese mañana que a tantos nos ilusiona, porque
si hay que romper España a dentelladas nacionalistas como triste peaje a su
acomodo en la Moncloa, no dudará en afirmar: ¡Hágase! O dicho en el argot bolivariano: ¡Exprópiese!,
que es lo contrario al deseo de libertad e igualdad de oportunidades que
prevalece entre los ciudadanos no engañados por la propaganda socialista. En resumen: Es bien paradójico
que Sánchez se interese tanto en destacar el futuro, tal vez sea porque muy en el
fondo –como les sucede a los atolondrados– sospeche que él dispondrá de muy
poco o de ninguno futuro.
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