Si hubiera una frase definitoria
de la personalidad de Sánchez, a la que se llegaría sin gran dificultad a poco
que analizáramos su trayectoria política, sería esta: Es un gran farsante que pretende
engañar a todo el mundo, todo el tiempo. Y además disfruta haciéndolo, cabría
añadir. Sobre la falsedad, uno de los escritores más grandes de nuestra
historia, Cervantes, anotó lo siguiente: “La falsedad tiene alas y vuela, y la
verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando la gente se da cuenta del
engaño ya es demasiado tarde”. No me cabe la menor duda de que Cervantes llegó
a conocer en su época a más de un Falconetti. Porque la falsedad y su hermana
pequeña, la afectación, son cualidades tan viejas como el hombre y degeneran en
codicia y ego, mucho ego.
Sánchez ofrece siempre a los
separatistas, sean catalanes o vascos, justo aquello que quieren oír. Eso en
cuanto a sus promesas públicas, que suelen ser moderadas para que no se alteren los gobernantes de otras regiones perjudicadas, porque luego en privado centuplica las promesas y encima
las va cumpliendo al ritmo que a él le interesa, prueba de ello es esa trasferencia de toda una autopista nacional, la AP-68 (Bilbao-Zaragoza) a su paso por territorio vasco. Autopista de peaje, por supuesto, que es una forma como otra de ofrecer al nacionalismo vasco, llave en mano, una suculenta fuente de financiación
valorada en unos 100 millones de euros al año, sobre todo si se considera que la autopista ya está amortizada. Eso sí, habrá que ver quién se ocupa del
mantenimiento, porque este energúmeno es capaz de ceder solamente los peajes pero no las inversiones para la conservación. Si Sánchez necesitara el voto de los separatistas vascos para cualquier chanchullo –probablemente un capricho–, no sería de extrañar que también cediera el
espacio aéreo al PNV, espacio vasco-navarro y alrededores, por supuesto.
Lo escrito no deja de ser una
parodia, pero en modo alguno es una exageración. Sánchez es un puto genio capaz de
falsificarlo todo –comenzando por su currículum– sin que acabe de pagar
precio alguno por sus abundantes actos irregulares, pasmosamente declarados “secreto
oficial” a la menor crítica. Sánchez sabe lo que le conviene –y más ahora con la "asesoría" de su mayordomo Iván Redondo– sin haber aprendido ni de lejos lo que es una política decente. Sánchez extrae conclusiones favorables a su causa sobre premisas que desde luego ignora –de nuevo
Iván–, lo que ocurre es que no es capaz de discernir dónde se halla lo más
valioso: las patrias poseen un alma indestructible, como así le ocurre a España
desde hace tantos siglos.
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