Ya
lo dice el título: los asesinos de ETA siguen a su puta y macabra bola,
soltando por la boca indecencia tras indecencia y dando lecciones magistrales
sobre cómo, miles de damnificados después, esperan hacer borrón y cuenta nueva como
si aquí no hubiese pasado nada.
Son
en esta ocasión los presos de la banda de asesinos quienes, en una declaración hecha en Guernica, han vuelto a repetir la cansina letanía con la que nos
vienen martirizando sin piedad desde aquel día de octubre en el que la banda
criminal ETA publicó un comunicado de paz muy poco pacífico: conflicto
político, amnistía, excarcelaciones, autodeterminación, repudio del
arrepentimiento-delación (sic), España y Francia siguen manteniendo la opresión
del pueblo, la política penitenciaria responde a una estrategia bélica y
blablablá, blablablá, blablablá.
Pero
incluso en el nauseabundo vertedero de la inmundicia etarra hay gradaciones de
inmoralidad, y siendo absolutamente miserable lo anteriormente expuesto por los
asesinos alcanzan estos malhechores sus máximas cotas de asquerosidad al
referirse a las víctimas directas de las armas etarras: “Somos plenamente conscientes del múltiple dolor generado. De hecho lo
venimos sufriendo directamente o en nuestro entorno desde hace generaciones.
Ahora bien, igual que comprendemos dicho dolor, tampoco somos ciegos como para
no ver que algunos lo ponen al servicio de objetivos políticos”.
Observen
que el dolor “es generado”: utilizan con malicia e intención un término absolutamente
neutro con el propósito de que parezca que nada adeuda ese dolor –asesinatos,
secuestros, torturas– a las armas de ETA, únicas responsables del mismo. ¿Cómo
culpar a los pobrecillos etarras por un dolor surgido por generación
espontánea? A mayores, resulta que son los asesinos y su entorno –los cómplices
y alentadores morales de los asesinatos para hablar con propiedad– quienes han
sufrido en exclusiva ese dolor “desde hace generaciones” cuando son ellos los
únicos que desde los tiempos del paleto, analfabeto y racista Arana están dando
por el saco a sus compatriotas españoles –y desde mediados del siglo pasado
pistola en mano–. Es además inadmisible equiparar el dolor por el etarra muerto
mientras manipulaba una bomba o por el etarra que cumple prisión como expiación
de sus delitos de sangre con el dolor, verbigracia, por el funcionario de prisiones volado por una
bomba lapa o el concejal asesinado de cualquier pueblo de España: los etarras
han elegido, las víctimas de su violencia no.
Dicen
los etarras “comprender dicho dolor” –después de haber dejado bien claro que
sólo les importa en tanto les afecte a ellos– pero tanta comprensión parece
diluirse cuando acusan a sus víctimas de utilizarlo con fines políticos: antes
ven los asesinos de ETA la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio y se
atreven a imputar a los atropellados por sus violencias aquello que sólo ellos
perpetran. A saber: utilizar la sangre vertida con bastardos fines políticos,
con el agravante añadido de que esa sangre vertida la han puesto otros. Y, en cualquier caso, no sé dónde
coño estará la utilización de los muertos en solicitar, en exigir, que los
asesinos rindan cuentas ante la justicia.
En
fin: más de lo mismo. Asquerosas, repugnantes, aborrecibles, inmundas,
depravadas… apliquen ustedes a las palabras de ETA cualquiera de estos
adjetivos en la absoluta seguridad de que no habrán de pecar de injustos. Y en
cualquier caso es lo único que se puede esperar de una banda de asesinos que
sigue glorificando la violencia. Más preocupante es que existan ciudadanos y
partidos políticos dispuestos a asumir acríticamente el discurso de ETA
haciéndole así el juego a los terroristas.
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