Conocerán
ustedes, amigos lectores de Batiburrillo, el caso de la desafortunada niña
china que, tras ser atropellada por una furgoneta, permaneció larguísimos
minutos tendida en el asfalto sin que nadie acudiese a socorrerla. Yo no he
visto las imágenes, pero me han dicho que son realmente escalofriantes. Y si no
me lo hubiesen dicho me habría enterado hoy, al ser involuntario testigo de una
conversación sobre el particular.
Estaba yo en
un establecimiento público en el que tres señoras parloteaban a viva voz ( así
mola parlotear ahora) sobre la cuestión mientras esperaban su turno para ser
atendidas. Las tres se manifestaban tremendamente indignadas ante la absoluta
falta de principios y de solidaridad de los chinos de la lejana China que
negaron su auxilio a la desdichada criatura: ¡allí tendrían que haber estado
ellas! Se iban a enterar los chinos amarillos esos. Además de cantarles las
cuarenta a todos los insolidarios, se llevarían a la niña al mejor hospital de
Asia. ¡Hay qué ver a qué extremos estamos llegando!, se lamentaban sentidamente
a grandes chillidos mientras miraban orgullosas a la concurrencia. ¡Esto es
intolerable! ¡Qué falta de solidaridad! ¡Ya no se respeta a nada ni a nadie!
¡Qué desprecio por los demás! Y así, haciéndonos a todos los presentes
partícipes de su profunda aflicción y de su categoría de solidarias, palabra
que repetían sin mesura alguna, les llegó el momento de ser atendidas por el
dependiente: a esas alturas el moco y la baba embadurnaban por completo el
suelo del establecimiento, que empezaba a resultar peligrosamente resbaladizo.
El empleado
las saludó con un "Buenos días" que ninguna integrante de tan
formidable trío de fraternales solidarias de la solidaridad solidaria y chupi
guay, enfrascadas en sus congojas por la niña atropellada, tuvo a bien
responder. Una vez despachadas, el dependiente se despidió con el
correspondiente "Gracias. Que tengan ustedes un buen día". Aquí sí
obtuvo respuesta de una de las chachi solidarias, que lo miró con altivez y
prepotencia: "Oye, tú, aquí falta un euro". Revisada la vuelta por el
diligente empleado, resultó que el cambio había sido entregado correctamente.
El nuevo "Buenos días, señoras" sólo obtuvo la callada por respuesta
y allá se fueron las súper solidarias a seguir haciendo alarde de su nobleza y
conciencia social por esos mundos de Dios, pensando, sin duda, en lo bien que
nos iría a todos si hubiese más gente tan concienciada y solidaria como ellas,
siempre pensando en ayudar a sus semejantes.
Mi turno
para ser despachado. Tras el oportuno "Buenos días", amablemente
contestado, hice un discreto gesto hacia las tres gracias ya en ruidosa
retirada. El buen hombre me miró, sonrió e hizo, sin perder la sonrisa, la más
profunda reflexión filosófica que he oído en mi vida: "Ya ve: es lo que
hay, caballero. Y hay demasiado, créame". Mientras abonaba mi compra lo
observé detenidamente: rondando los cuarenta, incipiente calvicie, enormes ojos
detrás de sus gafas y cara de veterano de guerra. De soldado de infantería con
muchas batallas a sus espaldas. De los que han hecho guardia en las garitas más
jodidas durante las noches más frías. De los que saben qué las botas pesan una
barbaridad cuando el barro de la trinchera las endurece. De los que conocen lo
insufrible que puede llegar a ser un uniforme infestado de piojos corretones.
Lo suficientemente duro como para no dejarse vencer fácilmente pero con
demasiadas heridas acumuladas día tras día como para que no hagan mella. Me
despedí de él ("Muchas gracias. Es usted muy amable") y le deseé mentalmente
la mejor de las suertes: desde siempre he sentido debilidad por la infantería,
por los soldados de a pie que saben batirse, pitillo va pitillo viene, a pecho
descubierto y bayoneta calada. Los que saben mantener la dignidad en la
victoria y en la derrota. Los que realmente ganan las guerras que valen la pena
ser ganadas. Los que no se merecen el desprecio de nadie. Los que saben
resumirlo todo en un simple "es lo que hay y hay demasiado" que ni de
lejos supone resignación: es ciencia de la vida aprendida bajo la balacera
enemiga.
Y con
respecto a las tres pécoras qué quieren que les diga. Las conozco muy bien,
mucho más de lo recomendable. Y no me gustan: está de puta madre ser solidarias
de boquilla, en la seguridad de que su categoría de solidarias no habrá de
verse sometida a prueba, al tiempo que desprecian y dan por saco al prójimo que
tienen frente a ellas, al que ven la cara y el nombre en la chapa prendida de
la camisa. No se puede menospreciar así a nadie, y menos a un infante en
posición de firmes bajo un aguacero de cojones. Detrás de la solidaridad, tal
vez la palabra más prostituida del diccionario, hasta el extremo de no
significar ya nada, sólo se encuentra la más mugrienta de las insolidaridades.
A mí no me engañan con su verborrea vacua, señoras solidarias. Tanto poner a
parir a los chinos pero ustedes, solidarias del mundo, no son mejores: ustedes
también habrían pasado de largo si hubiesen visto a la niña tendida en el
suelo. Y no descarto que le hubiesen pisado la cabeza, para mayor seguridad.
Lo más grave
del asunto es que estas tías solidarias se han convertido en una pesadilla
recurrente que me martiriza sin piedad. Es imposible librarse de ellas y de su
innata gilipollez. Las veo en todas partes. Las veo en coche, saltándose los
semáforos en rojo, los pasos de peatones y obstaculizando el paso en los cruces
muy solidariamente. Las veo cuando redactan el BOE, repartiendo con alegre
solidaridad millones ajenos mientras que a otros les niegan el pan y la sal.
Las veo solidarizarse con los pobrecillos asesinos de ETA y su comunicado de
paz antes de salir a manifestarse solidariamente a favor del aborto, la
eutanasia y los inalienables derechos del oso Yogui y los mirlos blancos. Las
veo promulgando solidarias leyes fascio feministas con las que destrozar
solidariamente a la mitad de la población. Las veo haciendo del ejército una
solidaria organización pacifista reparte bocadillos. Las veo echando 20
céntimos en la hucha del Domund para que coman gracias a su solidaridad todos
los negritos pobres de la África Tropical mientras desprecian y maltratan a un
honrado soldado de infantería. Las veo, las veo, las veo… y me repugnan: estas
solidarias del carajo están consiguiendo con incansable tenacidad que este
mundo sea cada día un poquito peor.
Y hay muchas... Menos mal que también hay mucho soldado :)
ResponderEliminarSaludos...
A Dios gracias (por los soldados, no por las señoras).
EliminarUn saludo.