Hablaba recientemente sobre la nefasta gestión del señor Rajoy y la absoluta
desvergüenza y falta de respeto hacia los españoles que supone el haber
prometido una cosa y estar haciendo todo lo contrario. Merece, sin duda, el
gobierno que aquél preside ser blanco de severas y merecidísimas críticas, pero
esto no es óbice para que todos y cada uno de nosotros seamos conscientes de que
tenemos nuestra propia cuota de responsabilidad en la caótica situación en la
que estamos enfangados y bueno sería que intentásemos asumirla.
La
atroz crisis económica que sufrimos es el aspecto más espectacular de una
crisis de mucho mayor calado de la que la primera no deja de ser una catastrófica
ramificación: la verdadera raíz del mal hay que buscarla en la crisis moral en
la que este país se encuentra sumido y de la cual no podemos culpar en
exclusividad a los políticos. Para comprobarlo no hace falta más que darse una vuelta
por las calles de España y observar.
Observen
ustedes como nos saltamos los semáforos en rojo y los pasos de peatones;
observen como nos paramos a parlotear a viva voz ocupando la totalidad de la
acera que parece ser sólo nuestra; observen como tuteamos a quien nos trata de
usted y no conocemos de nada; observen como nos cuesta dar los buenos días y
las gracias; observen como nos indignamos cuando nos piden el DNI al pagar con
tarjeta; observen como nos intentamos avanzar puestos por las bravas en la cola
de la panadería. Yo observo y lo observado me parece descorazonador. Tal vez
pudiese parecer anecdótico pero no lo es: es sintomático del poco respeto que
sentimos por el prójimo y de lo mucho que nos gustan los derechos –reales y,
sobre todo, imaginarios– y del poco aprecio que sentimos por los deberes.
Sigamos
observando. Observen que vivimos en un país en el que el más sagrado de los
derechos y del que derivan todos los demás –el derecho a la vida– es
diariamente conculcado en las clínicas abortistas; observen como se discrimina legalmente en función del sexo; observen
la pasmosa facilidad con la que se convoca a las hordas a las armas y la
violencia; observen la admiración –y no me refiero al terreno profesional– que
suscita la persona del señor Mourinho, quintaesencia del sujeto fullero,
pendenciero y llorón; observen quién es y qué méritos atesora la princesa del
pueblo; observen quiénes pasan por ser destacadas personalidades del mundo de
la cultura –Bardemes y compañía– y egregios intelectuales.
Después
de tanto observar, habrán visto que vivimos en un país en el que todo vale;
vivimos en un país con gran querencia por los derechos y muy poco aprecio por
los deberes; vivimos en un país en el que el altruismo, el esfuerzo y el mérito
han sido sustituidos por la indiferencia, el apocamiento y el prejuicio;
vivimos en un país desprovisto de valores sólidos y referentes válidos; vivimos
en un país donde ni se respeta ni se hace respetar. Y, viviendo en este país,
lógico es que los políticos –que viven en este mismo país y son de carne y
hueso– adolezcan de los mismos males que el resto de los ciudadanos, pues desde
antiguo es sabido que antes cunde el vicio que la virtud.
Asumamos
esto, responsabilicémonos en la parte pequeña o grande que a cada uno nos
corresponda y hagamos propósito de enmienda. Respetemos y hagámonos respetar.
Recuperemos valores que siempre cotizan al alza: el carácter inviolable de la
vida, la responsabilidad, la tolerancia, la generosidad, el sacrificio.
Aceptamos obligaciones para poder exigir derechos. Recuperemos, en definitiva, la
brújula que nos señale el norte. El día que esto suceda, los políticos ya no
podrán faltarnos al respeto porque sabrán que eso en España ha dejado de ser
válido, sabrán que un programa electoral es un contrato de obligado
cumplimiento so pena de irse a la puta calle, sabrán que con los ciudadanos ni
se debe ni se puede jugar y que quien así lo haga no se marchará de rositas.
Permítanme
para finalizar recuperar un párrafo que escribí en julio del año pasado: “Les
cuento un secreto: Sus Señorías no han surgido por generación espontánea y los
representantes políticos no dejan de ser fiel reflejo de la sociedad en la que
vivimos. Dicho lo dicho, que cada cual extraiga sus propias conclusiones. Tan
triste como deprimente, desgraciadamente esto es lo que hay”. Creo que así es:
las cosas no suceden por azar; hay causas y hay consecuencias y cada sociedad
tienes en no poca medida los políticos que se merece. En nuestra mano está
conseguir que lo que hoy es triste y deprimente mañana no lo sea tanto. Sigamos
hasta entonces quejándonos justamente de la viga en el ojo ajeno, pero no
olvidemos que en el propio hay paja en abundancia.
Hola Rafa. Tienes más razón que un santo, pero sí me gustaría decir que aunque a los que se apuntan a derechos y no a deberes no les ha importado subirse a ese carro, es cierto que los políticos se han preocupado y mucho de que sea así, favoreciendo una educación de borregos, de logros facilones, de resultados sin esfuerzo, de sobrevaloración del individualismo y por tanto del egoísmo, que deriva en falta de respeto al prójimo y a la larga, desprecio por la vida ajena. Yo creo que nuestro principal problema, del que derivan todos los demás, es la educación a la que nos han llevado los políticos. Irresponsables!
ResponderEliminarEs la pescadilla que se muerde la cola: la irresponsabilidad de los ciudadanos retroalimenta la irresponsabilidad de los políticos y viceversa. Mientras este círculo vicioso no se rompa estamos abocados a la catástrofe. En nuestra mano está el impedirlo.
ResponderEliminarUn saludo.
Son las mismas palabras que un servidor habla y comenta con su señora ,la falta de respeto de la sociedad, la picardia del engaño, el paso de todo y hago lo que me da la gana, hemos dado un paso de gigante hacia atrás, que gobernantes vamos a tener cuando nosotros somos peores ¡
ResponderEliminarNo sé si peores, pero mucho mejores seguro que no.
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