La vehemencia es el impulso principal que orienta la actitud de los separatistas.
Hay quien cree que la vehemencia podría considerarse el fruto de un sentimiento
noble o de una labor que enardece, como por ejemplo la fe religiosa profunda o
el amor a una profesión creativa, si bien en el caso de los separatistas no
cabe atribuirles semejante estado afectivo, porque si hay algo que les caracteriza
no es el afecto, sino el odio. Y el odio, no nos engañemos, es un fase anímica
que lleva al ser humano al embrutecimiento y ante todo a desear causarle el
mayor daño posible, a veces violento o ultrajante, al destinatario del odio. Los
separatistas catalanes, dicho en pocas palabras, más que querer a su propia
tierra odian a ese supuesto enemigo que habita al otro lado del Ebro. Es normal
que así sea, la mayoría de ellos es lo que ha mamado desde bien pequeñito, dándose
la paradoja generacional de que entre la gente joven que profesa el separatismo
(pongamos menor de 30 años) hay mucho más aborrecimiento que entre sus padres o
abuelos hacia la única nación que les acoge desde hace muchos siglos: España.
Mañana tendremos ocasión de comprobar la intensidad del odio a través de las consignas que
se expresen en la calle con motivo de esa macro manifestación convocada en
Barcelona, donde se pedirá la independencia de Cataluña bajo el eslogan de "Catalunya,
nou estat d'Europa". Como sucede a menudo en estos casos donde media el
separatismo, el lema de la marcha posee una ambigüedad calculada, ya que da a
entender que si se accede a la independencia lo que ahora es una simple región
de España pasaría a ser, de inmediato, un nuevo estado de pleno derecho dentro
de la Unión Europea. Nos encontramos, pues, ante unos convocantes que no
prometen a las claras la utopía, ¡sería demasiado!, pero vaya si la insinúan
con no poca desfachatez. Y es que dudo mucho que de esa pancarta que mañana encabezará
la marcha haya quien deduzca algo distinto a que se le invita ser un ciudadano
del País de Jauja, donde todos serán "feliços i honrats i menjaran perdius
per sempre més".
Ahora bien, si nos fijamos en la pregunta que estos mismo convocantes, ¡ya
que son los mismos!, usaron en las diversas consultas del año pasado: "ESTÁS DE ACUERDO QUE CATALUNYA SEA UN ESTADO DE DERECHO,
INDEPENDIENTE, DEMOCRÁTICO Y SOCIAL, INTEGRADO EN LA UNIÓN EUROPEA",
entonces podrá deducirse con bastante claridad que el engaño y los pájaros
volando es lo que prevalece. Porque una Cataluña independiente, visto el régimen
liberticida que hoy impera y que a buen seguro se radicalizaría aún más, no sería un estado de derecho, ni democrático,
ni social. Eso sin contar lo principal: La Unión Europea (España incluida),
destino del noventa por ciento de las exportaciones catalanas, no la olerían ni
de lejos, como recientemente dejó claro Durao Barroso: "La CE aclara que
la independencia de una autonomía implica dejar la UE". Luego la promesa
de ese País de Jauja que se muestra a los separatistas no parece que deba tener más
fin que el delirio de las masas. La realidad sería muy
distinta: el empobrecimiento de una sociedad, la catalana, muchos de cuyos
miembros están siendo tentados desde hace largos años por cantos de sirena.
¿Cuántos serán
los separatistas que acudan mañana a la manifestación? Lo veremos en cuestión
de pocas horas. Ellos, los convocantes, probablemente ya tienen escogida la
cifra y nos hablen de más de un millón de personas, o tal vez de dos millones, pero
si no llenan con mucho las calles aledañas y paralelas al recorrido fijado, entonces
puede afirmarse con rotundidad que han mentido de nuevo, lo cual no es de
extrañar, y que la asistencia máxima ha sido de 300 mil personas, que suponen
un 4% de la población catalana. ¿Qué representará
para ellos, los 300 mil, la marcha de mañana, día 11 de septiembre de 2012?
Sencillo, que para la siguiente marcha quedará justo un año, además de un año
entero para digerir una frustración de caballo al ver que al día siguiente y al
otro... no se cumple ninguna de sus expectativas independentistas y todo sigue
igual por mucho que vociferen con la mayor vehemencia.
Caminan por el filo de la navaja sin darse cuenta de que, a cada paso, se afila un poco más. Por mi cuenta y la de mis patriotas españoles, esa manifa sólo sirve para justificar la adhesión a la generosa subvención que, paradójicamente, pagamos entre todos. Me gustaría ver cuantos quedarían para defender la Independencia por la fuerza de las armas cuando crucen la línea roja y cuantos perderían el culo corriendo hacía Francia antes del primer disparo. Pocos moririan, pues cuando la movilización se produjera, la mayoría ya estaría en París.
ResponderEliminarUn saludazo.
Creo que bastaría con una Bandera de la Legión que entrase por la Diagonal de Barcelona. Y si se me apura, solamente con la cabra y el que toca el tambor. Ya pasó algo semejante durante la Guerra Civil, que Mingote bajó solo y de uniforme por la Avenida del Tibidabo y a su paso dejaba desiertas las calles. El gran humorista, recientemente fallecido, solamente pretendía visitar a su madre.
EliminarPero ahora no es como antes, ya no hay temor al uniforme, hasta que se líe una gorda y se les ponga firmes. Habrá que fijarse también cuantas chilabas y velos están por el medio.
ResponderEliminarSimpática la anécdota de Mingote, no la conocía.
Pues sí, ahora lo que manda es la economía y no olvidemos que las grandes empresas catalanas tienen dos tercios de su necio en España. Ellos sabrán si les interesa perder tan jugoso mercado, porque lo que no creo en absoluto es que todo siguiera igual en el caso de que se declararan independientes, de ahí que considere unos engañabobos a los nacionalistas cuando dan a entender que Cataluña mejoraría en muchos aspectos y nunca aluden a la parte negativa.
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