Tras el fallecimiento
de Santiago Carrillo, muchas han sido las alabanzas –no sólo desde la
izquierda; también se han unido al coro de aduladores numerosos cretinos de los
que tanto abundan en la derecha– hacia la figura del ex dirigente comunista: amante
de las libertades, reconocido luchador por la causa de la democracia, figura
clave en el carácter pacífico de la Transición, etc.
Vivimos en un país en
el que, afortunadamente, se puede defender públicamente la siniestra figura del
difunto Carrillo. Ahora bien, a lo que nadie tiene derecho es a falsificar la
historia con el propósito de reivindicar a un personaje desde unas posiciones
diametralmente opuestas a las sostenidas por dicho personaje durante toda
su trayectoria vital. Y, por encima de
propagandas y desinformaciones, es el propio Carrillo a través de sus palabras
y escritos quien se encarga de desmentir a su legión de hagiógrafos.
Sin retrotraernos a
luctuosos sucesos por todos conocidos en los que la implicación de Carrillo
está sobradamente documentada, veamos, con el propósito de hacer una mejor
composición de lugar, los planteamientos políticos de Carrillo en los años
anteriores y posteriores a la Transición explicados por él mismo. Así, en el
VIII Congreso del PCE celebrado en 1972, dejaba claro el liberal y demócrata de toda la vida Santiago Carrillo hacia dónde se
decantaban sus simpatías políticas: “El
PCE se siente profundamente solidario con los catorce países que viven ya en
régimen socialista”. En una lapidaria frase contradice Carrillo a sus tenaces
defensores: no sólo estaba en contra de la libertad y la democracia sino que se
solidarizaba con las feroces dictaduras comunistas. Ya lo había hecho un año
antes en el panfleto “Libertad y socialismo”: “Nos consideramos parte inseparable del movimiento comunista […] que en
el mundo lucha por la paz, la liberación y el socialismo”.
En 1974, contaba
Carrillo en “Mañana España” sobre uno de sus referentes políticos –al igual que
para buena parte de la progresía española–,
el insigne defensor de las libertades individuales Fidel Castro: “Mi simpatía por él viene sobre todo del
hecho de que tiene la dimensión de un gran jefe revolucionario”. Tampoco se
privaba de exponer qué opinión le merecía Soljenitsin, incansable enemigo de la
dictadura comunista: “Sus posiciones
parecen hoy retrógradas incluso para la Rusia de Pedro I”. Recuerden, año
1974. Carrillo reserva su “simpatía” para el tirano asesino Castro mientras que
el compromiso de Soljenitsin –ampliamente vilipendiado por gran parte de la
izquierda española– con la democracia le parece “retrógrada”. Recuerden también
que quien esto afirma no es ningún enemigo de Carrillo sino él mismo.
Dos décadas después,
los totalitarios enfoques de Carrillo no habían variado sustancialmente. En sus memorias de
1993, además de alabar al rumano Ceaucescu hace lo propio con el norcoreano Kim
Il Sung, brutal déspota oriental: “En
occidente no se conoce a Kim Il Sung; la versión que se da sobre él, un tirano
sangriento, no se corresponde en absoluto a la realidad; no es así como lo ve
su pueblo ni como lo he visto yo mismo”. Tan positiva valoración del
dictador que sojuzgaba a millones de personas no obedece a que Carrillo fuese
ciego o ignorante; obedece a una afinidad ideológica que difícilmente se podría
calificar como “democrática”, digan lo que digan Rubalcaba o Saenz de
Santamaría en superlativo ejercicio de estupidez.
En la misma línea de
coherencia ideológica –el compromiso con la opresión–de la que hizo gala
Carrillo durante décadas, en 1993 la victoria comunista en Vietnam, país que
había visitado en 1974, era nostálgicamente recordada por el liberal Santiago como “Uno de los hitos más gloriosos del ascenso
del ser humano hacia la libertad”, hito que habría supuesto el triunfo de “El espíritu democrático de libertad e
independencia”. No es de extrañar semejante declaración de amor por la
esclavitud ajena por parte del hombre que, ¡en 1993!, recordaba: “La llegada a
Moscú fue la entrada en el reino de la libertad”. Recuerden que habla
Carrillo de la URSS de Stalin –del que fue sumiso siervo–, de la URSS del
gulag, de la URSS del tiro en la nuca, de la URSS genocida, de la URSS, en fin,
a la que podría calificarse de casi cualquier cosa excepto de “reino de la
libertad”. Éste y no otro es el demócrata
Carrillo al que ahora, según quieren hacernos creer, tanto debemos los
españoles.
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