Llevo años y años defendiendo al Partido Popular y
animando a que se vote a ese partido. Lo he hecho así durante tanto tiempo (y creo
que seguiré haciéndolo), porque pienso honradamente que es la opción que más nos
conviene al conjunto de los españoles, ya que se trata de un partido moderado
que en teoría, aunque no en la práctica de la legislatura pasada, es el
que más respeta los valores tradicionales que tanto cuentan para los que buscamos,
además de un bienestar económico y un mínimo de libertad individual, determinadas
razones que nos motiven a participar en la política, o al menos a opinar sobre ella.
Y esas razones, como los mandamientos, podrían cifrarse en dos: Derecho a la
vida y amor a España.
Ahora bien, mi apego al Partido Popular no
significa forzosamente que adopte la postura del incondicional que acepta sin
rechistar todo lo que le llega de ese partido. Y muy especialmente de su
dirigente máximo, un Mariano Rajoy al que considero que ha cumplido con creces
su etapa política (lleva en activo, con cargos, desde 1981) y ahora debería dar
paso a la persona que decidan libremente los militantes del PP, para lo que Mariano
debería adoptar a mi juicio dos medidas concretas: 1. Convocar un Congreso
abierto a toda la militancia, tal y como le ha pedido José María Aznar, y 2. No
presentarse a una posible reelección.
Lo primero tal vez lo haga, y esperemos que al ser
un congreso abierto no quepan las mismas trampas en el tema de los compromisarios
que se dieron en el congreso de Valencia, convocado cuando Mariano Rajoy
contaba ya para sí con la inmensa mayoría de los avales y de ahí que un segundo
candidato (Esperanza Aguirre quiso presentarse) no tuvo ninguna opción para
reunirlos. Lo segundo, como es la renuncia a su candidatura, no parece que vaya
a darse puesto que nuestro hombre anuncia que volverá a presentarse "porque
tengo fuerzas y ánimos".
La fuerza y el ánimo de un político deben
demostrarse en el día a día del ejercicio del cargo, no en la cinta de correr en
la sala de gimnasia ni en la velocidad con que pasea por los jardines de La Moncloa.
Un político como Mariano Rajoy, que ha contado con una mayoría apabullante
tanto en el Congreso como en el Senado, no puede permitirse el lujo de que los
separatistas catalanes le tomen el pelo durante cuatro años, además de incumplir
un puñado de sentencias de los tribunales y presumir de ello con total
impunidad. Y del derroche en cuestiones identitarias ya ni hablemos. No es
fuerza en tales casos lo que ha demostrado Rajoy al mirar para otro lado, sino
una actitud pusilánime. Lo mismo podría decirse cuando permitió la libertad del
asesino etarra Bolinaga o cuando se mantuvo inhibido durante toda la legislatura,
con la excusa de que hay un recurso en el Constitucional, sobre una cuestión
tan tremenda como ese aborto libre que ahora se practica en España y que supone
la muerte de ciento diez mil vidas humanas al año.
No quiero prolongar más la relación de reproches —¡aunque
Dios sabe que podría!— a quien ahora dice que se encuentra con fuerzas y ánimos.
Simplemente afirmo que debió ser en las situaciones descritas cuando Mariano
Rajoy precisó aferrarse a la fuerza y el ánimo para encontrar la solución adecuada en cada caso,
en lugar de reservarse para una reelección destinada tal vez durante otros
cuatro años, bien en el Gobierno o en la Oposición, al más descarado "dolce
far niente". Porque no olvidemos que Mariano Rajoy no llegó al poder
gracias a sus propios méritos de jefe de una Oposición ejercida nada menos que durante
dos legislaturas, en las que sesteó cuanto pudo, sino que los españoles lo
llevamos al poder como consecuencia de que Zapatero nos demostró durante largo
tiempo que fue el peor presidente de gobierno que uno pueda imaginarse.
Rajoy, además que tener la seguridad de su propia
fuerza y ánimo, debería de formularse una pregunta básica: ¿Cuál es la causa
para que mi partido haya perdido 63 diputados y 3,5 millones de votos? Y si no
es capaz de deducir que la causa es él mismo, o por mejor decir, su continuada actitud
de indecisión para afrontar los graves problemas que afectan a toda nación
importante, entonces la necesidad de que dimita se hace más evidente y perentoria.
Claro que a lo mejor está convencido de que lo ha hecho todo muy requetebién y que una parte de los votantes le han dado la espalda por capricho.
Dado que los españoles no han votado contra el sistema, lo mejor es que se renueven los partidos de siempre y los nuevos queden como marginales, porque lo único que nos faltaba es que se hagan con el poder y como es lo normal, se llenen los bolsillos.
ResponderEliminarAl menos estos ya los tienen llenos y están un poco mosca en ese sentido. Pero el problema de la renovación es que han laminado a cualquiera que pensara distinto y tuviera capacidad par hacer sombra al líder, de modo que cualquier cambio en los partidos será a peor.
Me gustaría tenerlo tan claro como tú, pero en mi caso me encuentro ante un mar de dudas. Lo que sí creo es que debe haber renovación en los dos grandes partidos, Rajoy por desgastado y poco activo, Sánchez por torpe.
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