Leo
en Público un artículo de opinión de Arturo González que, honestamente, no sé
muy bien cómo calificar. Trata el artículo en cuestión sobre las revueltas
violentas de los mineros en Asturias y León y, entre otras perlas, nos obsequia
González con declaraciones de este cariz: “El
Gobierno […] simple y llanamente los ha provocado (a los mineros) y ahora se encuentra con unas huelgas que
no puede sofocar como de costumbre con sus viejos métodos de represión. Es
lógico, pues, que se tope con la contraviolencia de la legítima defensa frente
a la violencia que ha provocado. Que además no es contraviolencia, sino una
forma de reclamar la atención mediática y ciudadana […] No les queda otra
salida que el pulso y respuesta contra quien te provoca y condena a la miseria.
El Estado no puede usar la violencia libérrimamente. No puede, no es tolerable
en democracia pacífica […] Los mineros son la dignidad, nuestra dignidad, y el
Gobierno es la indignidad nacional. A su indignidad y violencia le están
respondiendo con la lucha y la resistencia. Así de claro, es la dignidad frente
a la indignidad […] Yo me alegro de que los mineros no se arredren”.
Les
ruego que antes de, si es el caso, pulsar “Más información” vean este video sobre los mineros y de paso me dan a mí tiempo para ver cómo explico lo que
quiero explicar.
El
problema no reside tanto en que este tío y sus compañeros de ideología digan lo
que dicen sino en que realmente creen
lo que dicen. Cuando usan un lenguaje pervertido, en la mejor tradición nazi o
estalinista, para convertir a un gobierno democráticamente elegido en fuente de
toda clase de imaginarias violencias –aunque curiosa y extrañamente tan
violento gobierno no use “sus viejos métodos de represión”– mientras que los
violentos de cohete va, cohete viene simplemente están ejerciendo su “legítima
defensa” no están engañando: simplemente están haciendo una declaración de principios.
Cuando condenan la inexistente violencia estatal y aplauden, justifican,
estimulan y alientan la “legítima defensa” de los verdaderos violentos no están
ejerciendo un diabólico ejercicio de cinismo: están mostrándose tal cual son.
Cuando pontifican que la violencia “no es tolerable en democracia pacífica” una
línea después de haber propugnado todo lo contrario no están siendo
contradictorios: están siendo coherentes con su interpretación de democracia y
pacifismo, que en su boca no pasan de ser conceptos relativos.
Estas
gentes, en virtud de nadie sabe muy bien qué esotéricas credenciales, creen ser
los únicos y auténticos depositarios y guardianes de las sagradas esencias de
la democracia. Es más, producto de sus anquilosados esquemas mentales creen que
ellos, que sus ideas, son la
democracia. El discrepante pasa automáticamente a engrosar las nutridas filas
de los anti demócratas, fachas o fascistas. Y, en lógica derivación, es lícito
y deseable combatir con cualquier arma a todo aquel anti demócrata que se
oponga a sus democráticas ideas. Incluso
utilizando la violencia que, al estar al servicio de una causa justa al así haberlo decidido ellos, deja de ser violencia
para convertirse no ya en “contra violencia” sino en “legítima defensa”. Si uno de estos tarados mentales de gatillo
fácil que mejor se desenvolverían en Stalingrado en 1942 que en España en 2012
matase a un Guardia Civil –que, por cierto, son humanos y tienen padres e
hijos–, ¿seguiría el señor González hablando de legítima defensa? ¿Escribiría
el señor González una columna lamentando su muerte o se alegraría porque el
homicida no se “hubiese arredrado”?
El
escrito del señor González constituye, ni más ni menos, que un llamamiento en
toda regla a la catástrofe. O, digámoslo clara y dolorosamente, a la guerra
civil. Si un porcentaje no excesivamente elevado de ciudadanos pusiesen en
práctica la teoría del señor González de echarse violentamente al monte para
presionar al gobierno de turno, la convivencia pacífica y democrática entre los
españoles sería literalmente imposible. Y, por cierto, ya habrán advertido
ustedes que la argumentación del señor González es la misma, sustituyendo
“mineros” por “vascos”, utilizada por los etarras para justificar sus crímenes:
suficiente prueba me parece para avalar todo lo que he expuesto.
Es que ese señor, por llamarle de algún modo, es lo que demuestran sus palabras. Un sectario y un totalitario...
ResponderEliminar...y un guerracivilista.
EliminarDesgraciadamente, España tardará mucho en recuperarse como consecuencia de contar con una izquierda completamente enloquecida e incapaz de evolucionar. Sus partidarios, como el fulano al que citas en tu artículo, no toleran en absoluto que gobierne la derecha y patalean para justificar cualquier acción contraria al Gobierno. Eso sí, cuando es la izquierda la que manda entonces no dicen ni pío. Pasa así, sobre todo, con los sindicatos de clase, UGT y CC.OO.
ResponderEliminarSólo son demócratas cuando gobiernan los de su cuerda: el gran mal de buena parte de la izquierda española.
EliminarEs lamentable que algunas personas que tienen acceso a los medios de comunicación consigan transmitir estas ideas absolutamente guerracivilistas. No se como se les puede poner en su sitio si nadie sale en ese mismo medio y con la misma audiencia a desenmascararlos. Ya se que segun que medios, y que programas, pero en otras televisiones si seria posible. Quizas muchos periodistas que pinsan justo lo contrario que este personajillo, creen que el mejor desprecio es no hacer aprecio. Craso error, estos siembran el odio y si arraga estamos listos.
ResponderEliminarCreo que tiene usted razón: a los violentos, a los totalitarios no se les frena haciéndoles caso omiso.
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