jueves, 8 de agosto de 2019

La Segunda República Española (14) (2 de 17)


Pío Moa completa en esta segunda entrega lo que denomina “Años de formación”, que aluden al precedente de la Primera República y a los principales personajes reunidos en el Ateneo de Madrid, en una especie de conciliábulo donde se asegura que lo más destacado, con vistas al encaje del gobierno provisional, fue el ego y la soberbia desplegados por los reunidos. Por ejemplo, y esto no lo dice Moa, Alcalá-Zamora al final fue elegido presidente porque se situó a caballo, en una especie de pose institucional, entre un Lerroux que presumía de contar con un partido bien formado, y un Azaña, de lo más sinuoso, al que desde el minuto uno se le notó que odiaba a todo el mundo porque a todo el mundo despreciaba.  


Años de formación 2 de 2
Este intento republicano iba a ser el segundo en la historia de España. Cincuenta y siete años antes, en 1873, se había instaurado la I República, la cual, más que abrir una nueva era, había colmado y culminado la iniciada con la invasión napoleónica a principios del siglo XIX, tiempo de violencia política y estancamiento económico, con dos guerras civiles, una de ellas cruenta en extremo, una revolución y un sinfín de pronunciamientos militares. Amparada en una retórica bienintencionada, la I República, lejos de acabar con tales convulsiones las había llevado a la epilepsia. En los once meses que duró tuvo cinco gobiernos y cuatro presidentes, uno de los cuales, Figueras, tomó un buen día el tren para Francia y dejó el poder sin despedirse siquiera; caso insólito en la historia de cualquier país, y signo de la descomposición ambiente. Recomenzó la guerra civil mientras parte de los republicanos se dedicaban a desorganizar su propio ejército. Las elecciones, con abstención mayoritaria, las ganaron los federales de Pi y Margall, que dividieron la nación en 16 estados federados, originando una explosión cantonalista que amenazaba descuartizar el país. Por fin, el general Pavía, republicano antifederalista, había cerrado las Cortes como quien disuelve una algarada callejera, y el régimen había caído.

La I República, pues, no había abierto una etapa histórica, sino que la había cerrado, y su desastre parecía vedarle nuevas oportunidades. Sobre sus cenizas, y después de un nuevo año incierto y el pronunciamiento de Martínez Campos, comenzó la época de la Restauración (restauraba la monarquía borbónica), bajo un régimen de carácter liberal y democracia parcial y creciente, aunque harto corrompida. El país podía haber quedado exhausto tras las convulsas décadas anteriores, pero, con todos sus defectos, la Restauración lo revitalizó, mantuvo relativa paz interior durante medio siglo, y al amparo de ella una prosperidad considerable. Sin embargo, hacia los años 20 del siglo XX, el régimen no supo afrontar los problemas surgidos en buena medida de su propio desarrollo: el fraude electoral y otras corruptelas, el descrédito popular de los políticos y del Parlamento, la catástrofe militar de Annual, en Marruecos, y un terrorismo feroz. En tales circunstancias, el general Primo de Rivera, con respaldo del trono, abolió el sistema en septiembre de 1923 e impuso su dictadura. El agotamiento de la Restauración queda revelado en el hecho de que Primo salió de Barcelona entre aclamaciones, y su golpe de estado, incruento, no halló oposición y sí vasto apoyo en el país. Pero a los seis años la dictadura se había agotado a su vez, y los republicanos veían una nueva ocasión histórica para sus anhelos.

Los reunidos en el Ateneo no emprendían una aventura utópica llevados de ilusiones juveniles. Todos eran bien maduros, y uno de ellos, Lerroux, pisaba los umbrales de la vejez, con 66 años. Alcalá-Zamora tenía 53, Azaña entraba en la cincuentena, Domingo 46, Prieto 47, Maura 43. Sólo Lerroux podía considerarse moderadamente representativo, pues le respaldaba un partido de alguna amplitud. Sin embargo, hubiera errado quien los juzgase por su momentánea insignificancia política. La situación, fluctuante en extremo, favorecía a los audaces, y la II República sería una realidad sólo ocho meses más tarde. Tres de aquellos conspiradores de agosto, Alcalá-Zamora, Azaña y Lerroux, serían los principales gobernantes del nuevo régimen, poseedores de la condecoración de la Orden de la República en sus tres primeros números. Sus acuerdos y discordias iban a influir decisivamente en los destinos del país. De ellos nos ocuparemos con preferencia, empezando por su juventud.

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