martes, 20 de agosto de 2019

La Segunda República Española (14) (10 de 17)


En este capítulo Pío Moa utiliza las palabras del propio Don Niceto para definir un poco más, en cuanto al ambiente en que vivió de joven, a quien vino a ser, nada menos, que el primer presidente de la II República. Lo que más me ha llamado la atención es que Alcalá-Zamora contara con una memoria prodigiosa, hasta el punto de que fuese varios cursos adelantado en los estudios y acabara dando clase a otros alumnos, una situación de la que Don Niceto presume en la siguiente frase: “Desde los diez años tuve discípulos”.


Niceto Alcalá-Zamora 2 de 3
La familia había venido a menos, debido a «luchas políticas sin ventura; pleitos con razón y sin éxito», por lo que, afirma, «desperté al mundo en un hogar donde el cariño y la rectitud eran las solas esplendideces». Su padre «hubo de consagrarse con férrea tenacidad a criar esperanzas entre escaseces: tres hijos y algunos olivares; todo gastos y horizontes de porvenir. Me crié con estrechez, aprendiendo a graduar el orden de las necesidades·, lo primero salud, alimento, cultura y vivienda; todo lo demás, lujo sacrificable» A esos aprietos atribuye una influencia benéfica, pues sin ellos «no hubiera adquirido los hábitos de sobriedad y de modestia, que me han preparado a soportar la adversidad inicua con resignación, después de haber llegado a la cumbre del poder y al esplendor de la fortuna». En efecto, la república que aquel verano del año 30 preparaba con los otros conspiradores, iba a ofrecerle el encumbramiento junto con amarguras extremas. Aunque no tantas, quizá, como a Azaña y Lerroux.

Si los años mozos de Alejandro transcurrieron entre la aventura, la picaresca y la angustia por el porvenir, Niceto encontró desde el principio un cauce recto y a su gusto. Sus familiares habían pensado educarlo en Bélgica, Francia o Alemania, pero la falta de recursos le obligó a quedar en Priego y a estudiar no en colegio, sino en casa, «casi del todo autodidacto, pero no solitario», porque su adelanto sobre los niños y los mozos de su edad y aún mayores, le permitió dedicarse «a la abnegada tarea de maestro totalmente gratuito de muchos jóvenes que estudiaban bachillerato y derecho (…) Desde los diez años tuve discípulos (…) La vida singularmente combinada de autodidacto y de profesor precoz ha ido dejando huellas en mi alma. De ahí quizás arranque mi afición por la cultura general; mi prevención recelosa contra la especialización exagerada; mi confianza en los valores y en los influjos espirituales como apoyo y medio para ejercer la autoridad». Su integración en el ambiente familiar, su agradecimiento y ufanía por la educación recibida saltan a la vista, y él muestra la mayor satisfacción por sus logros de estudiante y por sus dotes intelectuales, entre ellas una memoria fuera de lo común, y que fueron apreciadas por cuantos de niño le trataron.

Sus recuerdos de infancia parecen sinceramente felices. Iba a examinarse a la cercana población de Cabra: «La ida al amanecer lleno de esperanzas, recorriendo olivares en flor, campos cercanos a la siega, sierras aún no agostadas; la vuelta colmado de alegría ante la frescura suave de la noche iniciada». Como a Lerroux, le atraía el agro: «De esa vida frecuente del campo, no estimulada por el gusto de la caza, he formado mi afición al trabajo que me ha hecho recoger por mis manos más fanegas de aceitunas que pleitos he despachado. (…) Ha quedado en mí el amor al campo en cuanto tiene de naturaleza: el ambiente, el paisaje y el cultivo». Tenía excelente salud, prácticamente nunca estuvo en cama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios moderados.