En este capítulo
Pío Moa utiliza las palabras del propio Don Niceto para definir un poco más, en
cuanto al ambiente en que vivió de joven, a quien vino a ser, nada menos, que
el primer presidente de la II República. Lo que más me ha llamado la atención
es que Alcalá-Zamora contara con una memoria prodigiosa, hasta el punto de que
fuese varios cursos adelantado en los estudios y acabara dando clase a otros alumnos,
una situación de la que Don Niceto presume en la siguiente frase: “Desde los
diez años tuve discípulos”.
Niceto
Alcalá-Zamora 2 de 3
La familia había
venido a menos, debido a «luchas políticas sin ventura; pleitos con razón y sin
éxito», por lo que, afirma, «desperté al mundo en un hogar donde el cariño y la
rectitud eran las solas esplendideces». Su padre «hubo de consagrarse con
férrea tenacidad a criar esperanzas entre escaseces: tres hijos y algunos
olivares; todo gastos y horizontes de porvenir. Me crié con estrechez,
aprendiendo a graduar el orden de las necesidades·, lo primero salud, alimento,
cultura y vivienda; todo lo demás, lujo sacrificable» A esos aprietos atribuye
una influencia benéfica, pues sin ellos «no hubiera adquirido los hábitos de
sobriedad y de modestia, que me han preparado a soportar la adversidad inicua
con resignación, después de haber llegado a la cumbre del poder y al esplendor
de la fortuna». En efecto, la república que aquel verano del año 30 preparaba
con los otros conspiradores, iba a ofrecerle el encumbramiento junto con
amarguras extremas. Aunque no tantas, quizá, como a Azaña y Lerroux.
Si los años
mozos de Alejandro transcurrieron entre la aventura, la picaresca y la angustia
por el porvenir, Niceto encontró desde el principio un cauce recto y a su
gusto. Sus familiares habían pensado educarlo en Bélgica, Francia o Alemania,
pero la falta de recursos le obligó a quedar en Priego y a estudiar no en
colegio, sino en casa, «casi del todo autodidacto, pero no solitario», porque
su adelanto sobre los niños y los mozos de su edad y aún mayores, le permitió
dedicarse «a la abnegada tarea de maestro totalmente gratuito de muchos jóvenes
que estudiaban bachillerato y derecho (…) Desde los diez años tuve discípulos
(…) La vida singularmente combinada de autodidacto y de profesor precoz ha ido
dejando huellas en mi alma. De ahí quizás arranque mi afición por la cultura
general; mi prevención recelosa contra la especialización exagerada; mi
confianza en los valores y en los influjos espirituales como apoyo y medio para
ejercer la autoridad». Su integración en el ambiente familiar, su
agradecimiento y ufanía por la educación recibida saltan a la vista, y él
muestra la mayor satisfacción por sus logros de estudiante y por sus dotes
intelectuales, entre ellas una memoria fuera de lo común, y que fueron
apreciadas por cuantos de niño le trataron.
Sus recuerdos de
infancia parecen sinceramente felices. Iba a examinarse a la cercana población
de Cabra: «La ida al amanecer lleno de esperanzas, recorriendo olivares en
flor, campos cercanos a la siega, sierras aún no agostadas; la vuelta colmado
de alegría ante la frescura suave de la noche iniciada». Como a Lerroux, le
atraía el agro: «De esa vida frecuente del campo, no estimulada por el gusto de
la caza, he formado mi afición al trabajo que me ha hecho recoger por mis manos
más fanegas de aceitunas que pleitos he despachado. (…) Ha quedado en mí el
amor al campo en cuanto tiene de naturaleza: el ambiente, el paisaje y el
cultivo». Tenía excelente salud, prácticamente nunca estuvo en cama.
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