En las
siguientes entregas Pío Moa no lo tiene nada fácil respecto a Manuel Azaña,
puesto que debe definir, usando los escritos del político, la personalidad de
quien en mi opinión fue casi un sociópata, el cual, ya desde muy joven,
reconoce que: «Amaba mucho las cosas; casi nada a los prójimos». Aún así, vale
la pena leer con atención lo que Moa nos cuenta sobre Azaña en su logrado libro
“Los personajes de la República vistos por ellos mismos”.
Manuel
Azaña 1 de 4
La adolescencia
de Manuel Azaña difirió radicalmente de la de los otros dos. A ella dedicó una
memoria novelada: El jardín de los frailes, narración de su estancia en el
colegio de los monjes agustinos de El Escorial, adonde fue a los 14 años, a
prepararse para estudiar Derecho. «Sólo sé que estudiar leyes me parecía el
suicidio de mi vocación. El tiempo sólo a medias me ha desmentido. Las novelas
de Verne, de Reid, de Cooper, devoradas en la melancólica soledad de una casona
de pueblo ensombrecida por tantas muertes, despertaron en mí una sed de
aventuras furiosa. La primera vez que me asomé al Cantábrico y vi un barco de
verdad casi desfallecí de gozo». Sus aventuras serían sólo interiores.
Lo que en
Alcalá-Zamora es satisfacción con su ambiente y crianza, o en Lerroux
remembranza cálida y básicamente alegre, se vuelve en Azaña decepción,
supuración de alguna temprana y honda herida. A los nueve años perdía a su
madre, a los diez a su padre, y entre ambas muertes ocurrió la de su abuelo.
Tan rápida sucesión de desgracias hubo de traerle una gran soledad y la
inseguridad que sucesos tales suelen producir en los niños, agravada por una
hipersensibilidad nata: «Aridez, turbulencia, grosería en el colegio; lóbrega
orfandad en casa. Un espíritu tierno, como de niño, ambicioso de amor, empieza
luego a tejer un capullo donde encerrarse con lo mejor de su vida, con todas
esas apetencias, generosas o no, pero fervientes, que el mundo desconoce y
pisotea». Por tanto, «amaba poco a las personas. Se me antojaba hostil su
proceder». «Amaba mucho las cosas; casi nada a los prójimos». De su padre, que
tenía una amante a quien quiso dejar en usufructo su fortuna, habla con
reprimida acritud: «Ha jugado a destrozar la vida, como destroza sus juguetes
un niño». ¿La vida de quién?
Al igual que la
familia de Alcalá-Zamora, la de Azaña había intervenido en política, y su padre
y su abuelo habían tenido autoridad en Alcalá de Henares. Su tradición era de
liberalismo en general moderado, no especialmente religioso y a ratos
anticlerical, tal vez republicano su abuelo.
Siendo de
familia rica, Manuel, nacido en enero de 1880, tuvo su instrucción garantizada
y, como Niceto, descolló en los estudios: «Debí de parecer, siendo estudiante,
caso mortal: desparpajo, prontitud, lucimiento alegre. En las degollinas de fin
de curso (…) yo era de los dos o tres que se salvaban y me salvaba con gloria»;
sin embargo, lejos de manifestar orgullo, declara sus éxitos «con rubor». No
rememora con más agrado el tiempo de las amistades juveniles: «Hay que ser un
bárbaro para complacerse en la camaradería estudiantil. Por punto general,
entre escolares, los instintos bestiales salen al exterior en oleadas y so
pretexto de compañerismo allanan las barreras que para hacer posible la vida en
sociedad erige la educación. Una masa de estudiantes degenera velozmente en
turba, ligada por la bajeza común. Todo hombre que no esté atacado de futilidad
incurable y aspire a formarse en el curso de la vida una conciencia noble, no hace
sino emanciparse de aquella necesidad primaria, que cuando más es, no rebasa el
nivel de la licencia chabacana y sin sentido. Muchas gentes acarician las
memorias de sus años estudiantiles, ponderan su dulzor y vuelven hacia ellos
los ojos tiernamente, pensando que fueron la edad de oro de su vida. Es
aberración del entendimiento, a no ser que los tales hayan arribado a situación
más aflictiva, por ejemplo; a presidiarios». Su desdén tiene acaso algo de
pose, pero también las poses tienen su verdad peculiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.