Josep Pla
escribe sobre las impresiones que percibe acerca de una República de comportamiento
moderado en la primera semana de su existencia, así como de una situación cismática en
Cataluña que el Gobierno de Madrid pretende que se enfríe por si sola.
Posteriormente alude a los diversos proyectos políticos y describe lo que para
él serán las diversas tendencias que se consolidarán en la República. No hay
ninguna duda, aun cuando Pla escribe fielmente sobre lo que ve o intuye, lo hace con una
buena fe indudable, tal vez sin sospechar en absoluto la deriva galopante de la izquierda hacia la perversidad, un asunto en el que nadie en España poseía
antecedentes para sospechar lo peor.
OCHO
DÍAS DESPUÉS: IMPRESIÓN GENERAL
La impresión
general, ocho días después de la instauración del nuevo régimen, es excelente.
No se sabe qué admirar más: si la moderación del Gobierno provisional o la
circunspección de la oposición. Dicha circunspección es tan sentida y profunda
que uno llega a sospechar que la oposición no existe. La gente ha dejado de
pensar en la Monarquía. Excluye totalmente la posibilidad de una restauración.
Parece que hace ya muchos años que vivimos en régimen republicano. Esta lejanía
histórica domina, a mi entender, el color del momento.
No seríamos
sinceros si dijéramos que la República comienza, por otra parte, en Madrid su
obra con un entusiasmo desproporcionado. Por el contrario, todo es normal y no
se espera ningún milagro sorprendente. Ésta es, me parece, la demostración más
clara de la consolidación del régimen. La impresión general es que la obra
constructiva de la República abarcará un periodo muy largo de tiempo. La
euforia legislativa de los ministros, que caracteriza inevitablemente las
primeras horas de todo triunfador político, ha dejado el paso expedito a una
cada vez más acentuada prudencia y discreción. Los grandes problemas del
régimen —el planteamiento de la cuestión religiosa y la reforma agraria—
parecen haber entrado en un periodo de estudio que durará algún tiempo. Este
compás de espera representa la adopción de una táctica muy prudente.
La cuestión más
candente en Madrid es la catalana, naturalmente. Puede observarse una cierta
impaciencia, incluso en las conversaciones más corrientes, por saber en qué
situación jurídico-política se encuentra hoy Cataluña en relación con la
situación general. La gente que viene de Barcelona —y estos días en el hall del
Palace se habla más catalán que castellano— llega rebosante de entusiasmo;
entusiasmo que, al contactar con la suave discreción de Madrid, sufre una
mengua notoria y evidente. Los extremismos naturalísimos de Barcelona se
destacan sistemáticamente en Madrid. La táctica del Gobierno parece ser clara:
es dejar que las cosas de Cataluña vayan perdiendo fuerza por sí solas. Las
aguas bajarán y seguirán el curso que inevitablemente han de llevar. Los
momentos pasionales no son buenos para negociar: es necesario que todo esté
suficientemente enfriado.
En los ambientes
políticos de Madrid se admira la figura del señor Macià como se merece. Se
considera al señor Macià una de las personalidades más destacadas del régimen.
Pero mentiríamos si no hiciésemos constar que la política moderada del
catalanismo se sigue en Madrid con creciente interés. Aquí se da por descontado
que en Cataluña se creará una gran fuerza republicana de tendencia socialmente
moderada. También se da por descontada la formación de un gran partido de
izquierda republicana, de tendencia social-radical. Aunque no sea el momento,
claro, de profetizar, en Madrid se vería probablemente con el mayor interés que
las fuerzas políticas de Cataluña se organizaran sobre estas bases. La
atomización preelectoral sería un error. Si tiene que haber democracia, ésta
debe ser orgánica y manifestarse a través de grandes partidos. Por otra parte,
en Madrid se cree que tal estructuración podría evitar la repetición de las
luchas africanas que ensangrentaron nuestras calles, lamentablemente, hace unos
cuantos años.
Desde el punto
de vista político, aquí se cree también que se crearán grandes partidos. La
impresión general es que habrá una derecha republicana, un centro y una
izquierda, y que estas tres grandes agrupaciones no surgirán de arriba abajo,
por la veleidad de cualquier orador, como era costumbre hasta hace pocos días,
sino de abajo arriba, es decir, porque la realidad misma las impondrá
inevitablemente.
«La Veu de Catalunya»,
25 de abril de 1931
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