jueves, 1 de agosto de 2019

La Segunda República Española (12)


Josep Pla escribe sobre las impresiones que percibe acerca de una República de comportamiento moderado en la primera semana de su existencia, así como de una situación cismática en Cataluña que el Gobierno de Madrid pretende que se enfríe por si sola. Posteriormente alude a los diversos proyectos políticos y describe lo que para él serán las diversas tendencias que se consolidarán en la República. No hay ninguna duda, aun cuando Pla escribe fielmente sobre lo que ve o intuye, lo hace con una buena fe indudable, tal vez sin sospechar en absoluto la deriva galopante de la izquierda hacia la perversidad, un asunto en el que nadie en España poseía antecedentes para sospechar lo peor.


OCHO DÍAS DESPUÉS: IMPRESIÓN GENERAL
La impresión general, ocho días después de la instauración del nuevo régimen, es excelente. No se sabe qué admirar más: si la moderación del Gobierno provisional o la circunspección de la oposición. Dicha circunspección es tan sentida y profunda que uno llega a sospechar que la oposición no existe. La gente ha dejado de pensar en la Monarquía. Excluye totalmente la posibilidad de una restauración. Parece que hace ya muchos años que vivimos en régimen republicano. Esta lejanía histórica domina, a mi entender, el color del momento.

No seríamos sinceros si dijéramos que la República comienza, por otra parte, en Madrid su obra con un entusiasmo desproporcionado. Por el contrario, todo es normal y no se espera ningún milagro sorprendente. Ésta es, me parece, la demostración más clara de la consolidación del régimen. La impresión general es que la obra constructiva de la República abarcará un periodo muy largo de tiempo. La euforia legislativa de los ministros, que caracteriza inevitablemente las primeras horas de todo triunfador político, ha dejado el paso expedito a una cada vez más acentuada prudencia y discreción. Los grandes problemas del régimen —el planteamiento de la cuestión religiosa y la reforma agraria— parecen haber entrado en un periodo de estudio que durará algún tiempo. Este compás de espera representa la adopción de una táctica muy prudente.

La cuestión más candente en Madrid es la catalana, naturalmente. Puede observarse una cierta impaciencia, incluso en las conversaciones más corrientes, por saber en qué situación jurídico-política se encuentra hoy Cataluña en relación con la situación general. La gente que viene de Barcelona —y estos días en el hall del Palace se habla más catalán que castellano— llega rebosante de entusiasmo; entusiasmo que, al contactar con la suave discreción de Madrid, sufre una mengua notoria y evidente. Los extremismos naturalísimos de Barcelona se destacan sistemáticamente en Madrid. La táctica del Gobierno parece ser clara: es dejar que las cosas de Cataluña vayan perdiendo fuerza por sí solas. Las aguas bajarán y seguirán el curso que inevitablemente han de llevar. Los momentos pasionales no son buenos para negociar: es necesario que todo esté suficientemente enfriado.

En los ambientes políticos de Madrid se admira la figura del señor Macià como se merece. Se considera al señor Macià una de las personalidades más destacadas del régimen. Pero mentiríamos si no hiciésemos constar que la política moderada del catalanismo se sigue en Madrid con creciente interés. Aquí se da por descontado que en Cataluña se creará una gran fuerza republicana de tendencia socialmente moderada. También se da por descontada la formación de un gran partido de izquierda republicana, de tendencia social-radical. Aunque no sea el momento, claro, de profetizar, en Madrid se vería probablemente con el mayor interés que las fuerzas políticas de Cataluña se organizaran sobre estas bases. La atomización preelectoral sería un error. Si tiene que haber democracia, ésta debe ser orgánica y manifestarse a través de grandes partidos. Por otra parte, en Madrid se cree que tal estructuración podría evitar la repetición de las luchas africanas que ensangrentaron nuestras calles, lamentablemente, hace unos cuantos años.

Desde el punto de vista político, aquí se cree también que se crearán grandes partidos. La impresión general es que habrá una derecha republicana, un centro y una izquierda, y que estas tres grandes agrupaciones no surgirán de arriba abajo, por la veleidad de cualquier orador, como era costumbre hasta hace pocos días, sino de abajo arriba, es decir, porque la realidad misma las impondrá inevitablemente.
«La Veu de Catalunya», 25 de abril de 1931

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