En las
siguientes entradas, Pío Moa se refiere a la etapa de juventud de los que para
él fueron los tres personajes principales de la II República: Lerroux, Alcalá-Zamora
y Azaña, y fue así al menos al inicio del cambio de régimen. Desconozco la
razón por la que en su libro, “los personajes de la República vistos por ellos
mismos”, una obra excelente en la que se basa esta serie recopilatoria, Moa comenzara
por describir a Alejandro Lerroux. Tal vez fue porque era el político de más
edad o, quizá, al considerarlo el principal impulsor del cambio para
dejar atrás la monarquía. En cualquier caso, los siguientes párrafos gozan de
la brillantez descriptiva de un Pío Moa que, a mi juicio, se encuentra entre
los mejores autores que han tratado con la suficiente profundidad tan nefasto período.
Alejandro Lerroux 1 de 6
El apellido de
Alejandro Lerroux viene, al parecer, de un escribano de cámara francés que
acompañó a Madrid a Felipe V a principios del siglo XVIII. Alejandro nació en
marzo de 1864 en La Rambla, Córdoba, donde estaba destinado su padre, que había
estudiado y hecho una modesta carrera hasta capitán veterinario. De ideas liberales,
sacrificado y severo como quien había alcanzado su posición con esfuerzo,
castigaba a sus hijos a veces rudamente, a cintarazos. La madre era «inagotable
manantial de ternuras», «acostumbrada a las responsabilidades y a la
dirección». Alejandro fue el quinto hijo, pero tres habían muerto antes. La
alta mortalidad infantil hacía entonces comunes estas desgracias. Y aún tendría
cinco hermanos más —todos bautizados con nombres empezados por «A»—, pesada
carga para una frágil economía. Las desdichas domésticas pusieron «a prueba mi
resistencia y mi temperamento desde la infancia hasta la edad madura», y a
ellas dedicará un capítulo de sus Memorias·, un hermano demente, otro
semidemente, nuevas muertes entre ellos, y el fallecimiento de la madre a edad temprana (unos 45
años), etc.
La vida militar
imponía frecuentes cambios de destino y mudanzas ruinosas. Para evitarlas, la
familia se asentó en Madrid mientras el padre iba a servir fuera. A los 14 años
el niño Lerroux ya había vivido en Córdoba, Zamora, Pamplona, Vitoria, Sevilla,
Ciudad Real, Vicálvaro y Alcalá de Henares. Conoció privaciones, y «en un
período de mayor penuria que la habitual», aprendió, junto con sus padres, el
oficio de zapatero, pues «tuvieron que optar entre que la patulea anduviese
descalza o fabricar el calzado en casa» y «así fui yo aprendiz de zapatero, y
lo digo con humildad y al mismo tiempo usando la soberbia con que podría
vanagloriarme de un título glorioso». «Supe en edad precoz lo que era la clase
media española», «lo sublime dentro de lo ridículo».
Lerroux,
chiquillo «audaz, turbulento, valiente, capitán de otros», sentía más afición a
la golfería de los billares, las «pedreas homéricas» a «hacer novillos», que al
estudio. A un tío suyo, sacerdote, le informó un profesor: «Este mocito no ha podido
darme ningún disgusto, entre otras razones porque desde que le pregunté y no me
supo contestar, no ha vuelto a aparecer por la clase». El mismo tío atendió
«como mejor supo y pudo, aunque no destacaban en él cualidades de pedagogo, a
mi instrucción», enseñándole latín («¡cuánto lo odié!»), geografía e historia.
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