viernes, 9 de agosto de 2019

La Segunda República Española (14) (3 de 17)


En las siguientes entradas, Pío Moa se refiere a la etapa de juventud de los que para él fueron los tres personajes principales de la II República: Lerroux, Alcalá-Zamora y Azaña, y fue así al menos al inicio del cambio de régimen. Desconozco la razón por la que en su libro, “los personajes de la República vistos por ellos mismos”, una obra excelente en la que se basa esta serie recopilatoria, Moa comenzara por describir a Alejandro Lerroux. Tal vez fue porque era el político de más edad o, quizá, al considerarlo el principal impulsor del cambio para dejar atrás la monarquía. En cualquier caso, los siguientes párrafos gozan de la brillantez descriptiva de un Pío Moa que, a mi juicio, se encuentra entre los mejores autores que han tratado con la suficiente profundidad tan nefasto período.


Alejandro Lerroux 1 de 6
El apellido de Alejandro Lerroux viene, al parecer, de un escribano de cámara francés que acompañó a Madrid a Felipe V a principios del siglo XVIII. Alejandro nació en marzo de 1864 en La Rambla, Córdoba, donde estaba destinado su padre, que había estudiado y hecho una modesta carrera hasta capitán veterinario. De ideas liberales, sacrificado y severo como quien había alcanzado su posición con esfuerzo, castigaba a sus hijos a veces rudamente, a cintarazos. La madre era «inagotable manantial de ternuras», «acostumbrada a las responsabilidades y a la dirección». Alejandro fue el quinto hijo, pero tres habían muerto antes. La alta mortalidad infantil hacía entonces comunes estas desgracias. Y aún tendría cinco hermanos más —todos bautizados con nombres empezados por «A»—, pesada carga para una frágil economía. Las desdichas domésticas pusieron «a prueba mi resistencia y mi temperamento desde la infancia hasta la edad madura», y a ellas dedicará un capítulo de sus Memorias·, un hermano demente, otro semidemente, nuevas muertes entre ellos, y el fallecimiento de la madre a edad temprana (unos 45 años), etc.

La vida militar imponía frecuentes cambios de destino y mudanzas ruinosas. Para evitarlas, la familia se asentó en Madrid mientras el padre iba a servir fuera. A los 14 años el niño Lerroux ya había vivido en Córdoba, Zamora, Pamplona, Vitoria, Sevilla, Ciudad Real, Vicálvaro y Alcalá de Henares. Conoció privaciones, y «en un período de mayor penuria que la habitual», aprendió, junto con sus padres, el oficio de zapatero, pues «tuvieron que optar entre que la patulea anduviese descalza o fabricar el calzado en casa» y «así fui yo aprendiz de zapatero, y lo digo con humildad y al mismo tiempo usando la soberbia con que podría vanagloriarme de un título glorioso». «Supe en edad precoz lo que era la clase media española», «lo sublime dentro de lo ridículo».

Lerroux, chiquillo «audaz, turbulento, valiente, capitán de otros», sentía más afición a la golfería de los billares, las «pedreas homéricas» a «hacer novillos», que al estudio. A un tío suyo, sacerdote, le informó un profesor: «Este mocito no ha podido darme ningún disgusto, entre otras razones porque desde que le pregunté y no me supo contestar, no ha vuelto a aparecer por la clase». El mismo tío atendió «como mejor supo y pudo, aunque no destacaban en él cualidades de pedagogo, a mi instrucción», enseñándole latín («¡cuánto lo odié!»), geografía e historia.

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