sábado, 10 de agosto de 2019

La Segunda República Española (14) (4 de 17)


Una nueva entrega de Pío Moa sobre Alejandro Lerroux, de quien ofrece información más que suficiente para advertir que el joven Alejandro fue una buena pieza. Lo que no está mal, deduzco yo, para cualquier persona medianamente inquieta. Menos aún para un político a la hora de acumular errores y experiencias de juventud, a condición, claro está, que esos errores no pasaran de pecadillos veniales. Tal parece el caso de Lerroux.


Alejandro Lerroux 2 de 6
Para aliviar la economía doméstica, Lerroux fue a vivir, por dos años y cuando contaba once, con su tío cura en Villaveza del Agua, pueblo zamorano «humilde y pequeño, desprovisto de encantos, donde (…) se formaron el cimiento de mi naturaleza moral, la base de mi conciencia y la determinación del impulso que me han empujado en los caminos de la vida». Allí fue «escolar, sacristán y campesino», y conoció, «con verdadera pasión, jamás disminuida desde entonces, el amor al campo. En sus soledades majestuosas me he sentido a mí mismo, y en sus labores primarias he adivinado toda la grandeza del esfuerzo humano».

Monaguillo, «lo que hay de poesía en la religión católica influía poderosamente sobre mi sentimiento y afianzaba mi fe, pero ciertos detalles que se producen en el trato familiar de los no preparados, con las intimidades de la Iglesia, me la quebrantaban». Dejó el catolicismo sin crisis de conciencia: «Empezaba yo a elaborarme mi religión personal y apenas había salido de la sombra de mi campanario. A ello contribuyó el trato (…) de los curas circunvecinos, pobres hombres condenados a una vida de sacrificio material y de privaciones, sin apenas provecho espiritual ni para sí ni para sus semejantes». De la religiosidad popular opina: «La gente rural (…) no tiene casinos, ni teatros, ni plaza de toros o hipódromo, circo y cinematógrafo.

Sus casas son tristes, incómodas, antihigiénicas; por tanto, huelen mal. No hay paseos… La iglesia es amplia, limpia, confortable. Huele, con la cera, a miel y con el incienso, a gloria. Algunas veces cantan voces del otro mundo, se oye música. La gente se codea vestida de limpio. Como tienen que callar, no dicen ni oyen groserías ni brutalidades. Los mozos ven a las mozas como no las ven sino allí, vestidas con sus mejores galas, lindas, modosas y señoriles. La iglesia no es un salón, pero en ella se reúnen hombres y mujeres; no es una academia, pero allí hay quien habla de ciencia, de moral y de política; no es una escuela, pero hay quien enseña y quien aprende; no es un teatro, pero se representan escenas de dramas y tragedias sagradas. Allí, lo que tiene el ser humano de menos animal, a veces encuentra intérprete, y el alma se eleva (…) soñando o adivinando cosas sublimes».

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