Pío Moa completa
en esta segunda entrega lo que denomina “Años de formación”, que aluden al
precedente de la Primera República y a los principales personajes reunidos en
el Ateneo de Madrid, en una especie de conciliábulo donde se asegura que lo más destacado, con
vistas al encaje del gobierno provisional, fue el ego y la soberbia desplegados
por los reunidos. Por ejemplo, y esto no lo dice Moa, Alcalá-Zamora al final fue
elegido presidente porque se situó a caballo, en una especie de pose
institucional, entre un Lerroux que presumía de contar con un partido bien formado, y un Azaña, de lo más sinuoso, al que desde el minuto uno se le notó que odiaba a todo el mundo porque a todo el mundo despreciaba.
Años
de formación 2 de 2
Este intento
republicano iba a ser el segundo en la historia de España. Cincuenta y siete
años antes, en 1873, se había instaurado la I República, la cual, más que abrir
una nueva era, había colmado y culminado la iniciada con la invasión
napoleónica a principios del siglo XIX, tiempo de violencia política y
estancamiento económico, con dos guerras civiles, una de ellas cruenta en
extremo, una revolución y un sinfín de pronunciamientos militares. Amparada en
una retórica bienintencionada, la I República, lejos de acabar con tales
convulsiones las había llevado a la epilepsia. En los once meses que duró tuvo
cinco gobiernos y cuatro presidentes, uno de los cuales, Figueras, tomó un buen
día el tren para Francia y dejó el poder sin despedirse siquiera; caso insólito
en la historia de cualquier país, y signo de la descomposición ambiente.
Recomenzó la guerra civil mientras parte de los republicanos se dedicaban a
desorganizar su propio ejército. Las elecciones, con abstención mayoritaria,
las ganaron los federales de Pi y Margall, que dividieron la nación en 16
estados federados, originando una explosión cantonalista que amenazaba
descuartizar el país. Por fin, el general Pavía, republicano antifederalista,
había cerrado las Cortes como quien disuelve una algarada callejera, y el
régimen había caído.
La I República,
pues, no había abierto una etapa histórica, sino que la había cerrado, y su
desastre parecía vedarle nuevas oportunidades. Sobre sus cenizas, y después de
un nuevo año incierto y el pronunciamiento de Martínez Campos, comenzó la época
de la Restauración (restauraba la monarquía borbónica), bajo un régimen de
carácter liberal y democracia parcial y creciente, aunque harto corrompida. El
país podía haber quedado exhausto tras las convulsas décadas anteriores, pero,
con todos sus defectos, la Restauración lo revitalizó, mantuvo relativa paz
interior durante medio siglo, y al amparo de ella una prosperidad considerable.
Sin embargo, hacia los años 20 del siglo XX, el régimen no supo afrontar los
problemas surgidos en buena medida de su propio desarrollo: el fraude electoral
y otras corruptelas, el descrédito popular de los políticos y del Parlamento,
la catástrofe militar de Annual, en Marruecos, y un terrorismo feroz. En tales
circunstancias, el general Primo de Rivera, con respaldo del trono, abolió el
sistema en septiembre de 1923 e impuso su dictadura. El agotamiento de la
Restauración queda revelado en el hecho de que Primo salió de Barcelona entre
aclamaciones, y su golpe de estado, incruento, no halló oposición y sí vasto
apoyo en el país. Pero a los seis años la dictadura se había agotado a su vez,
y los republicanos veían una nueva ocasión histórica para sus anhelos.
Los reunidos en
el Ateneo no emprendían una aventura utópica llevados de ilusiones juveniles.
Todos eran bien maduros, y uno de ellos, Lerroux, pisaba los umbrales de la
vejez, con 66 años. Alcalá-Zamora tenía 53, Azaña entraba en la cincuentena,
Domingo 46, Prieto 47, Maura 43. Sólo Lerroux podía considerarse moderadamente
representativo, pues le respaldaba un partido de alguna amplitud. Sin embargo,
hubiera errado quien los juzgase por su momentánea insignificancia política. La
situación, fluctuante en extremo, favorecía a los audaces, y la II República
sería una realidad sólo ocho meses más tarde. Tres de aquellos conspiradores de
agosto, Alcalá-Zamora, Azaña y Lerroux, serían los principales gobernantes del
nuevo régimen, poseedores de la condecoración de la Orden de la República en
sus tres primeros números. Sus acuerdos y discordias iban a influir
decisivamente en los destinos del país. De ellos nos ocuparemos con
preferencia, empezando por su juventud.
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