Penúltimo de los
apuntes que Pío Moa le dedica a Alejandro Lerroux, en el que destaca que el
personaje “dio con sus huesos en una prisión militar de Melilla”. De esa etapa
forman partes dos o tres peripecias que Moa describe y son de lo más interesantes
para entender mejor a quien fue un gran político liberal centrista y jefe de un partido
que, es curioso, se denominaba Radical.
Alejandro
Lerroux 5 de 6
Aunque Lerroux [si
bien] encomia la disciplina castrense, demostró poca. Su arrogancia le ganó
disgustos, y por la falsificación de un parte médico dio con sus huesos en una
prisión militar de Melilla, que describe con garbo: «Nosotros no comíamos y las
chinches nos comían a nosotros». «Desde por la mañana, al tajo. Hacíamos los
fosos del castillo y teníamos que desmontar grandes masas de piedra…… «Liando
cigarrillos para el cantinero me ganaba el desayuno de ginebra». «Se hablaba
del Fuerte de San Miguel con cierto pánico.
Una vez —hacía muchos años— fue
sorprendido, asaltado por los moros, y la guarnición (…) pasada a cuchillo.
Allí había una urna cineraria bajo un arco y una lápida conmemorativa del
suceso, para edificación y estímulo a mayor vigilancia de los sucesores.
Todavía hacía poco, una noche, al pasar por la muralla el rondín de guardia, un
oficial y dos números, uno de los cuales llevaba un farol encendido, al
atravesar ante los huecos de las almenas del cañón fueron enfilados por
disparos de los moros, que dejaron sin vida al oficial y al soldado del farol.
Se murmuraba que la noche menos pensada el campamento podía ser objeto de un
asalto y se criticaba que no se tomasen mayores precauciones». «Algunos días, y
con el permiso correspondiente (…) cada escuadra organizaba su comilona…».
En el calabozo
le acompañó un negro, apellidado Blanco, rebelde cubano deportado. «Todos los
meses, invariablemente, al recibir su socorro y lo que le enviaba su familia,
se emborrachaba de caña o de ginebra, armaba un escándalo y le castigaban con
unos días de prisión (…) Tenía una hamaca magnífica, en la que roncaba como un
órgano desde el toque de silencio hasta la diana. Me contó sus campañas en la
manigua, jurando que ellos no querían mal a los españoles. Me cantaba guajiras
con muy buen estilo. A falta de otro abrigo, me prestó un capote para dormir un
poco más arropado que con la manta de munición. Lo de dormir era una fantasía,
porque no nos dejaban las pulgas». Al negro sí le dejaban, gracias a su hamaca,
que cedió a Lerroux cuando salió de la celda. O bien: «Me encontré en medio del
arroyo a un viejo grande, alto, corpulento, en traje de presidiario, con una
gran escoba en la mano (…) Era el Niño de Brenes, un bandido famoso, de los
clásicos de Andalucía (…) (con) dos o tres cadenas perpetuas. Se había fugado
varias veces. Ahora ya le consideraban muy viejo y no llevaba cadena, pero él
no perdía la esperanza o hacía alarde de ello guiñando un ojo».
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