viernes, 16 de agosto de 2019

La Segunda República Española (14) (7 de 17)


Penúltimo de los apuntes que Pío Moa le dedica a Alejandro Lerroux, en el que destaca que el personaje “dio con sus huesos en una prisión militar de Melilla”. De esa etapa forman partes dos o tres peripecias que Moa describe y son de lo más interesantes para entender mejor a quien fue un gran político liberal centrista y jefe de un partido que, es curioso, se denominaba Radical.


Alejandro Lerroux 5 de 6
Aunque Lerroux [si bien] encomia la disciplina castrense, demostró poca. Su arrogancia le ganó disgustos, y por la falsificación de un parte médico dio con sus huesos en una prisión militar de Melilla, que describe con garbo: «Nosotros no comíamos y las chinches nos comían a nosotros». «Desde por la mañana, al tajo. Hacíamos los fosos del castillo y teníamos que desmontar grandes masas de piedra…… «Liando cigarrillos para el cantinero me ganaba el desayuno de ginebra». «Se hablaba del Fuerte de San Miguel con cierto pánico.

Una vez —hacía muchos años— fue sorprendido, asaltado por los moros, y la guarnición (…) pasada a cuchillo. Allí había una urna cineraria bajo un arco y una lápida conmemorativa del suceso, para edificación y estímulo a mayor vigilancia de los sucesores. Todavía hacía poco, una noche, al pasar por la muralla el rondín de guardia, un oficial y dos números, uno de los cuales llevaba un farol encendido, al atravesar ante los huecos de las almenas del cañón fueron enfilados por disparos de los moros, que dejaron sin vida al oficial y al soldado del farol. Se murmuraba que la noche menos pensada el campamento podía ser objeto de un asalto y se criticaba que no se tomasen mayores precauciones». «Algunos días, y con el permiso correspondiente (…) cada escuadra organizaba su comilona…».

En el calabozo le acompañó un negro, apellidado Blanco, rebelde cubano deportado. «Todos los meses, invariablemente, al recibir su socorro y lo que le enviaba su familia, se emborrachaba de caña o de ginebra, armaba un escándalo y le castigaban con unos días de prisión (…) Tenía una hamaca magnífica, en la que roncaba como un órgano desde el toque de silencio hasta la diana. Me contó sus campañas en la manigua, jurando que ellos no querían mal a los españoles. Me cantaba guajiras con muy buen estilo. A falta de otro abrigo, me prestó un capote para dormir un poco más arropado que con la manta de munición. Lo de dormir era una fantasía, porque no nos dejaban las pulgas». Al negro sí le dejaban, gracias a su hamaca, que cedió a Lerroux cuando salió de la celda. O bien: «Me encontré en medio del arroyo a un viejo grande, alto, corpulento, en traje de presidiario, con una gran escoba en la mano (…) Era el Niño de Brenes, un bandido famoso, de los clásicos de Andalucía (…) (con) dos o tres cadenas perpetuas. Se había fugado varias veces. Ahora ya le consideraban muy viejo y no llevaba cadena, pero él no perdía la esperanza o hacía alarde de ello guiñando un ojo».

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