Jornada
electoral en Galicia, también conocida como la fiesta de la democracia por esos
políticos cursis y repipis que, plácidamente instalados en el permanente festín
del buen vivir, sólo se acuerdan de sus votantes una vez cada cuatro años.
Tras
comer, honrados debidamente el domingo y la mesa de papá y mamá, he ido a votar.
Me reservo el nombre del destinatario de mi voto que, supongo, a ustedes
les importará menos aún que a mí mismo, y les aseguro que en el fondo me
importa bastante poco. ¿La razón? Me gustaría poder votar a un partido que
tuviese y sostuviese como eje central de su planteamiento político la defensa
del derecho a la vida, la defensa de la unidad de España y que cumpliese e
hiciese cumplir la ley: cuestión de mínimos. El resto puede ser objeto de
transacción, lo anterior es innegociable.
Pues bien, a día de hoy el partido que aúne los tres requisitos arriba citados no existe –al menos con posibilidades reales de ejercer funciones de gobierno–, con lo cual mi voto es un voto descreído, desganado, desencantado, indolente y aburrido. Y un votante que porta semejante voto triste, ahíto y deslucido, convendrán conmigo en que motivos para celebrar la fiesta de la democracia tiene muy pocos o ninguno.
Dicho
lo dicho, aclaro también que deseo la victoria del candidato Feijóo,
fundamentalmente por dos motivos. El primero, medianamente positivo, porque me
parece de lo más válido que tiene el PP en sus filas. El segundo, totalmente
negativo, porque si la alternativa al actual presidente es la coalición del PSOE de Pachi
Vázquez, el Bloque de Jorquera –también es mala pata ser nacionalista gallego y
lucir tan rotunda “j” en su apellido– y, tal vez, el engendro montado por el barbado
patriarca de la revolución Beiras… es que, a día de hoy, en Galicia no existe
alternativa válida y creíble a Feijóo.
¡Por
cierto! Por si alguien tenía pensado señalármelo, ya lo hago yo: sé que el
presente artículo encierra una posible contradicción entre la poca importancia
que le concedo a mi voto y la creencia de que no hay alternativa a Feijóo. No
es así; esa contradicción es más aparente que real, simple reflejo de hacer
algo a desgana y sólo porque se cree que “ese algo” es lo menos malo. Y hacer
lo menos malo es, de verdad, muy deprimente.
Hasta que decidamos castigar a palos a los politicastros no nos queda de otras que ejercer el derecho al voto. Así al menos, aunque obviamente favorezcamos a algunos a otros los andaremos fastidiando. Veremos que sale de las urnas esta noche.
ResponderEliminarUn saludazo.
No sabes cuánta razón tienes, en España solemos votar contra alguien.
EliminarPues, en Galicia, parece que mayoría absoluta del PP, desplome del PSOE y el BNG y gran resultado para la coalición encabezada por Beiras.
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ResponderEliminarComo he señalado varias veces, eso que dices ya me lo panteé hace varias votaciones y lo solucioné echando el sobre vacío.
Si me quedo en mi casa, les digo que hagan lo que quieran, que me da igual. Con el sobre vacío, les digo que yo quiero participar y creo en la democracia paro que todos son unos impresentables indignos de mi voto.
Espero que ese hay asido tuvoto.
Pacococo
A ti, Paco, te digo que votar en blanco equivale a repartir tu voto a cachitos entre los malos y los peores. Eso sí, reconozco el gustazo de salvar la hoja de un arbolito al no usar la papeleta. Porque otra cosa no.
EliminarEn ese caso, Pacococo, es mejor que tu voto sea nulo, pues el voto en blanco es computado e influye en el reparto de escaños.
EliminarAl menos, Rafa, ha salido la opción menos mala. Enhorabuena por ello! En el País Vasco la cosa no podía haber salido más desastrosa. España se rompe.
ResponderEliminarEn Galicia ganó Feijóo, de lo cual me alegro. Lo del País Vasco es otra historia. Algo está muy podrido y muy enfermo en un país cuando un 25% de los votantes ha otorgado su voto a una formación política que es necesaria cómplice de los asesinos de ETA.
EliminarVeremos también, es de suponer, una tremenda ofensiva del nacionalismo vasco reclamando la independencia de las Vascongadas que unida a la de los independentistas catalanes va a suponer el mayor peligro para la normal convivencia entre los españoles. Esperemos que dé la talla quien tiene, necesariamente, que darla.
Un saludo, Águeda.