Se habla mucho del adoctrinamiento nacionalista en los colegios catalanes,
lo que a mi juicio es tan cierto como generalizado. Esa forma ilícita de actuar,
que jamás acatará las sentencias de los tribunales, supone una educación tan perjudicial
para los jóvenes que solamente el antídoto de algunos padres, neutralizando en
casa las exageraciones o falsedades recibidas como dogmas, evita que
el porcentaje de zombis nacionalistas sea aún mayor que el actual.
Se comenta a menudo que en cuanto Jordi Pujol llegó al poder, eso sí, travestido
de moderado mientras bajo capa inició su plan aleccionador, los diversos
gobiernos en Cataluña fueron creando o potenciando (con ese dinero público que
en la actualidad ha generado un agujero de 50.000 millones de euros) numerosas
asociaciones y empresas destinadas a expandir la "voluntad de ser",
que es ese sentimiento xenófobo según el cual uno es diferente porque es mejor
que el vecino, de donde se concluye que a solas se vivirá por todo lo alto y hay que exigir la independencia.
Como se apuntó en el primer párrafo, de lo que no se habla casi nunca es
del adoctrinamiento nacionalista que no pocos jovencitos catalanes reciben en
sus hogares, el cual sin duda refuerza lo diferencial absorbido ya en las aulas
y deteriora todavía más el futuro de unas personas, aun tiernas de mente, a las
que el lavado de cerebro les impedirá vivir con dignidad. Porque la dignidad y la
exaltación antidemocrática son extremadamente incompatibles.
No se discute sobre este tema, creo, debido a la gran dificultad que supone
afirmar semejante circunstancia sin tener evidencias de primera mano, o sea,
salvo unos pocos casos que uno conoce, el resto simplemente se infiere de la lógica
más elemental. De tal palo, tal astilla, es lo que podría afirmarse de los
Jordi Pujol y Oriol Pujol habidos y por haber en ese submundo tan poco propenso
a la libertad.
Sin ir más lejos, conozco el caso de un muchacho que hasta los 13 o 14 años
no pisó Cataluña, pero que tal hecho no ha impedido su comportamiento de
lobezno nazi. Simplemente, su propio padre lo adoctrinó durante años en
Uruguay. Hoy es uno de esos 'valerosos' mocetes que se dedican a entrar en
cualquier página de Internet, no acorde a su agusanada ideología, y en cuanto
le dejan libres los comentarios insulta con no poca saña. ¡Cómo será el padre
del muchacho!
No es posible afirmar lo antedicho, insisto, sin adentrarse o mirar por un
agujerito en cada uno de esos domicilios nacionalistas. Si bien se deduce con
meridiana claridad cada vez que uno habla con esos cachorros nacionalistas, sea
en persona, sea a través de las redes sociales. Son jóvenes que acaban por
confesarte que cuentan con 15 o 16 años, como si tal circunstancia fuese un mérito
suplementario destinado a resaltar su buen juicio político, cuando en realidad no
poseen más que el natural atolondramiento de nenes adoctrinados en cuyo futuro
les aguardan dos posibles trayectorias:
1) La radicalidad en aumento según se envejece, hasta llegar incluso a superar
la disparatada aversión de sus mayores a la lealtad. 2) La llegada del sentido
común según se supera esa edad del pavo ideológica, lo que a su vez motiva que
el nacionalismo comience a ser visto como lo que es: una ideología totalitaria
y farsante, basada en el interés avariento, el odio al vecino y el deseo de
uniformar en el pensamiento único a toda la población. A sabiendas de que los
que no puedan ser amaestrados se adentrarán de lleno en la apatía y adquirirán
alergia a las urnas.
¿Qué clase de padres son los que llevan a sus hijos a la anulación de la
personalidad, suministrándoles ración doble de adoctrinamiento domiciliario con
tal de convertirlos desde bien
jovencitos en buenos nacionalistas? ¿Qué responsabilidad cabría imputarles a
quienes lo disfrazan todo de un acto festivo, situando a sus niños en primera
fila de unas manifestaciones que en otras circunstancias podría haber
terminado en tragedia?
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