lunes, 15 de julio de 2019

La Segunda República Española (7)

Hacia Pla, poseedor de una sonrisa de pícaro curtido en mil aventuras 'sobrehumanas', incluso sin haber leído nada suyo (lo que no es mi caso), uno puede sentir tanta simpatía como ternura y admiración sincera.  

Recupero a Josep Pla, quien en su expresividad envidiable nos cuenta en una crónica de 1931 cómo reaccionó el Gobierno republicano tras concluir lo que él describe como “el período infantil de la República”. Más adelante, Pla aborda lo que denomina “El primer problema”, el catalán, relacionado con los síntomas preocupantes que al mismo tiempo se producen en el País Vasco. En fin, lean y disfruten, Pla poseía una pluma inconfundible que suele atrapar al lector:


Después del triunfo
Por fin, ha concluido felizmente el periodo infantil de la República, que en Madrid ha durado treinta y seis horas llenas de entusiasmo popular y de alborozo callejero. Con admirable precisión, la gente ha vuelto hoy al trabajo, y se ha recuperado la cotidianidad. La vida de esta capital se ha normalizado y la gente retoma el pulso de su rutina, más interesada por lo que ocurrirá pasado mañana que preocupada por lo sucedido anteayer. Se comienza a hablar de las causas de la caída de la Monarquía. Cada cual las comenta a su manera. Es pronto para configurar un cuadro coherente.

El Gobierno provisional ha demostrado, apenas en unas horas, conocer perfectamente la misión que le ha sido encomendada. La moderación del lenguaje ministerial es objeto de comentarios favorables. Se observa de forma elogiosa que en la naciente República se está consumiendo mucha menos retórica que en la República francesa, a pesar de la edad que tiene. Los ministros hablan poco y bien. Con parsimonia, se acomodan de la mejor forma en sus asientos. Usan unos prudentes e indispensables pies de plomo. Han tratado implacablemente cuantos rebrotes de carácter extremista se les han ido presentando. Esta República, que ha llegado sin lágrimas, se va consolidando lentamente. Sólo necesita tiempo. Madrid es una ciudad admirable, con grandes condiciones para un cambio de régimen. La frivolidad aparente de la vida, el escepticismo amable de su clase política, la imposibilidad de cualquier rifirrafe permiten vislumbrar que el zurcido entre Monarquía y República se llevará a cabo admirablemente.

El primer problema
La República recién nacida se ha afanado en los primeros días en concentrar todos sus órganos máximos de gobierno sobre el primer problema, que ha sido, como todo el mundo sabe, el catalán. En Madrid preocupaba dicho problema, especialmente por las repercusiones que inevitablemente habría podido acarrear un malentendido sobre el mismo. Cabe decir, sin embargo, que si los acontecimientos de Barcelona fueron abordados por el Gobierno con la mayor benevolencia y comprensión, tales acontecimientos preocupaban porque en el País Vasco se manifestaban síntomas de activismo de un color diferente del que procedía de Barcelona, pero de una sustancia esencialmente igual. La posibilidad de una república vasca enfeudada en los elementos reaccionarios siempre fue mal vista por el Gobierno provisional. Por ello, el problema catalán, pese a encarnar la quintaesencia de las ideas del momento, fue encarado frontal y rápidamente.

Ligada a dicha cuestión, había otra que también era objeto de atención. Me refiero a la propia constitución del Gobierno provisional. El caso del señor Nicolau d’Olwer era muy especial. Por el hecho de haber sido el ministro designado por los revolucionarios catalanes durante los acontecimientos de diciembre y por el hecho de haberse considerado que la constitución del Gabinete revolucionario no podía ser objeto de modificaciones, el señor Nicolau d’Olwer no podía dejar de ser ministro. Pero, por otra parte, la derrota electoral del partido del cual el señor Nicolau es uno de los más reconocidos exponentes hizo inevitable la presentación de la cuestión de delicadeza natural. Ello explica por qué el Ministerio de Economía ha sido el último en tener titular oficial. El señor Nicolau aceptó sólo después de que le fuera ratificada la confianza de todos los representantes catalanes que intervinieron en el Pacto de San Sebastián.

Resuelta satisfactoriamente la cuestión, el problema catalán fue abordado trasladándose a Barcelona tres ministros del Gobierno provisional. El acuerdo alcanzado fue recibido en Madrid con el mayor interés, pues se juzgaba que el Gobierno provisional había obtenido en Cataluña un gran éxito y que el señor Macià había dado pruebas de gran transigencia: había cedido considerablemente. La impresión es que hoy se plantea el problema en términos muy parecidos a situaciones anteriores. En Madrid, nadie podría prejuzgar aún si la República será unitaria o federal, pero es evidente que el porvenir del federalismo se considera directamente ligado a la discreción que muestren los elementos del extremismo catalán. En los ambientes más cercanos al Gobierno provisional existe la impresión de que se ha escarmentado de la historia de la Primera República y de su fracaso y que se hará lo imposible por evitar los acontecimientos fatídicos del pasado.

«La Veu de Catalunya», 22 de abril de 1931

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