Recupero a Josep
Pla, quien en su expresividad envidiable nos cuenta en una crónica de 1931 cómo
reaccionó el Gobierno republicano tras concluir lo que él describe como “el período
infantil de la República”. Más adelante, Pla aborda lo que denomina “El primer
problema”, el catalán, relacionado con los síntomas preocupantes que al mismo tiempo se
producen en el País Vasco. En fin, lean y disfruten, Pla poseía una pluma inconfundible
que suele atrapar al lector:
Después
del triunfo
Por fin, ha
concluido felizmente el periodo infantil de la República, que en Madrid ha
durado treinta y seis horas llenas de entusiasmo popular y de alborozo
callejero. Con admirable precisión, la gente ha vuelto hoy al trabajo, y se ha
recuperado la cotidianidad. La vida de esta capital se ha normalizado y la
gente retoma el pulso de su rutina, más interesada por lo que ocurrirá pasado
mañana que preocupada por lo sucedido anteayer. Se comienza a hablar de las
causas de la caída de la Monarquía. Cada cual las comenta a su manera. Es
pronto para configurar un cuadro coherente.
El Gobierno
provisional ha demostrado, apenas en unas horas, conocer perfectamente la
misión que le ha sido encomendada. La moderación del lenguaje ministerial es
objeto de comentarios favorables. Se observa de forma elogiosa que en la
naciente República se está consumiendo mucha menos retórica que en la República
francesa, a pesar de la edad que tiene. Los ministros hablan poco y bien. Con
parsimonia, se acomodan de la mejor forma en sus asientos. Usan unos prudentes
e indispensables pies de plomo. Han tratado implacablemente cuantos rebrotes de
carácter extremista se les han ido presentando. Esta República, que ha llegado
sin lágrimas, se va consolidando lentamente. Sólo necesita tiempo. Madrid es
una ciudad admirable, con grandes condiciones para un cambio de régimen. La
frivolidad aparente de la vida, el escepticismo amable de su clase política, la
imposibilidad de cualquier rifirrafe permiten vislumbrar que el zurcido entre
Monarquía y República se llevará a cabo admirablemente.
El
primer problema
La República
recién nacida se ha afanado en los primeros días en concentrar todos sus
órganos máximos de gobierno sobre el primer problema, que ha sido, como todo el
mundo sabe, el catalán. En Madrid preocupaba dicho problema, especialmente por
las repercusiones que inevitablemente habría podido acarrear un malentendido
sobre el mismo. Cabe decir, sin embargo, que si los acontecimientos de
Barcelona fueron abordados por el Gobierno con la mayor benevolencia y
comprensión, tales acontecimientos preocupaban porque en el País Vasco se
manifestaban síntomas de activismo de un color diferente del que procedía de
Barcelona, pero de una sustancia esencialmente igual. La posibilidad de una
república vasca enfeudada en los elementos reaccionarios siempre fue mal vista
por el Gobierno provisional. Por ello, el problema catalán, pese a encarnar la
quintaesencia de las ideas del momento, fue encarado frontal y rápidamente.
Ligada a dicha
cuestión, había otra que también era objeto de atención. Me refiero a la propia
constitución del Gobierno provisional. El caso del señor Nicolau d’Olwer era
muy especial. Por el hecho de haber sido el ministro designado por los
revolucionarios catalanes durante los acontecimientos de diciembre y por el
hecho de haberse considerado que la constitución del Gabinete revolucionario no
podía ser objeto de modificaciones, el señor Nicolau d’Olwer no podía dejar de
ser ministro. Pero, por otra parte, la derrota electoral del partido del cual
el señor Nicolau es uno de los más reconocidos exponentes hizo inevitable la
presentación de la cuestión de delicadeza natural. Ello explica por qué el
Ministerio de Economía ha sido el último en tener titular oficial. El señor Nicolau
aceptó sólo después de que le fuera ratificada la confianza de todos los
representantes catalanes que intervinieron en el Pacto de San Sebastián.
Resuelta
satisfactoriamente la cuestión, el problema catalán fue abordado trasladándose
a Barcelona tres ministros del Gobierno provisional. El acuerdo alcanzado fue
recibido en Madrid con el mayor interés, pues se juzgaba que el Gobierno
provisional había obtenido en Cataluña un gran éxito y que el señor Macià había
dado pruebas de gran transigencia: había cedido considerablemente. La impresión
es que hoy se plantea el problema en términos muy parecidos a situaciones
anteriores. En Madrid, nadie podría prejuzgar aún si la República será unitaria
o federal, pero es evidente que el porvenir del federalismo se considera
directamente ligado a la discreción que muestren los elementos del extremismo
catalán. En los ambientes más cercanos al Gobierno provisional existe la
impresión de que se ha escarmentado de la historia de la Primera República y de
su fracaso y que se hará lo imposible por evitar los acontecimientos fatídicos
del pasado.
«La
Veu de Catalunya», 22 de abril de 1931
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